Siria fue durante mucho tiempo la provincia más oriental del Imperio Romano, pero cuando quedó incorporada a éste, llevaba ya miles de años de cultura. Allá por el siglo VI su posición fronteriza con el Imperio Persa no sólo la convirtió en una región estratégica, sino en un auténtico intercambiador cultural. Era, además, el final de la Ruta de la Seda, camino comercial que recorría Asia, desde China al Mediterráneo. A nadie puede extrañar que, por este motivo, la cultura persa penetrara profundamente en territorio romano y, a su vez, que toda la frontera occidental iraní estuviera muy teñida de ingredientes romanos. Siria era -y es- un país mestizo, poseedor de una fortísima personalidad y que, por cierto, hablaba arameo en la calle y empleaba el griego, más que el latín, en la administración. Cuando los árabes la incorporaron a su imperio a mediados del siglo VII la hasta entonces posesión romana había influido mucho en el arte de Constantinopla, la capital imperial. Numerosos ingredientes orientales se habían incorporado al arte bizantino y también reexportado al occidente del Mediterráneo.

Del intento, al que ya me referí, del godo Leovigildo por legitimarse procede, en gran parte, la llegada aquí de rasgos sirios filtrados. Por entonces llegó el arco de herradura, hablo de arquitectura, que no fue un invento hispano como quería el maestro M. Gómez-Moreno, sino una importación de Levante. No lo trajeron los árabes, ya estaba aquí. De eso hacía algo más de siglo y medio. Y eso pasó con ciertos métodos de fortificación documentados en las murallas de Hispania. La orientalización, de eso se trata, había empezado antes de los musulmanes. También en Extremadura. En Mérida hay testimonios; como en otras regiones. En Badajoz no era posible. No existía aún. La discusión, casi siempre científica, acerca de la naturaleza romana, o no, del primer arte islámico ha estado siempre teñida de la mala interpretación, yo diría más bien incomprensión, de Siria y de lo sirio. Porque las formas eran romanas, pero otros detalles y, con frecuencia el contenido, tenían mucho de iraníes. Y esa polémica se ha trasladado a España de la mano de un obispo católico y contemporáneo.