Ser audaz no acarrea normalmente buena fama y a veces, la audacia, aunque sea inocente, sale cara, incluso reconvertida en lo que muchos llamarán insensatez. No en vano, algunas insensateces fueron simples atrevimientos al principio o, quizás, no acabamos de diferenciar dónde acaban los audaces y comienzan los insensatos o a la inversa. Las mayorías suelen pronunciarse más hacia el hombre tranquilo de media sonrisa que hacia el impetuoso de gesto firme. Lo saben los políticos como nuestro presidente, quien ha hecho verdaderos alardes por evitar mostrarse atrevido y así ha podido rentabilizar la cautela con el apoyo de sus mayorías. Lo sabemos también los funcionarios que nunca hemos sido audaces, sino lo contrario. Gente pacífica y tranquila, tímidos que evitan comparecer públicamente, grisecillos sin matices, medio borregos, en fin. Solemos escondernos porque conocemos la tirria que nos tiene el ciudadano medio, así que, escudándonos en nuestra falta de osadía, rehuimos declarar nuestra ignominiosa condición de empleado público -ya sabes, inútil y generalmente vago- pero que nos permite vivir sin sobresaltos. Algo muy gordo tiene que suceder para que alguien que sabe bien las ventajas de mantenerse al margen de la audacia se convierta en audaz. Una amenaza apremiante, una urgencia, algún extremo desgarrador. A Zapatero , al parecer, le ha venido el apremio desde Obama , quien, además, ha dicho luego que nuestro presidente ha demostrado un montón de valentía con esto de los recortes. Al parecer, el negro megapoderoso considera un atrevimiento inaudito masacrar a esta masa inane que conformamos los funcionarios. O rebajar el sueldo oficial de cargos, pero mantener íntegros los complementos, dietas y desplazamientos varios que superan en mucho al tal sueldo y encima no pagan al fisco. Parece que hemos llegado al camino de los audaces partiendo del camino de los insensatos. Ahora solo falta ver cómo los miedosos funcionarios conquistamos la audacia.