Barrios sin ley. Cuando hace dos domingos se conoció que una persona había sido tiroteada en la calle a plena luz del día y se supo que había tenido lugar en Cerro de Reyes, en Badajoz, hubo quien no se sorprendió de que hubiese sucedido en este barrio y entonó la manida frase: «Cómo no, ahí tenía que ser». Tampoco sorprendería que hubiese ocurrido en las calles Eduardo Naranjo o en Olof Palme de Suerte de Saavedra o en la plaza Nicolás Díaz Pérez de Los Colorines. Hay zonas a las que persigue la mala fama por la coincidencia de sucesos violentos y seguramente en algunas merecida, pero no por el lugar en sí, sino porque existen familias conflictivas que allá donde residen trasladan el conflicto y complican la existencia de quienes las rodean.

A raíz de lo ocurrido en el Cerro de Reyes, donde el intento de ocupación de una vivienda terminó con un asesinato, se alzaron voces en defensa de la fama del Cerro de Reyes, un barrio de gente trabajadora, como quieren sus vecinos que se defina, vecinos de toda la vida, los que crecieron en esta zona de Badajoz, los que sufrieron la riada de cerca y sus consecuencias y los que han criado aquí a sus hijos, en las casas que muchos heredaron de sus padres. Son del Cerro y no quieren sentirse discriminados por su origen, como no les ocurre a los de San Roque o a los de la Estación.

Porque su barrio no es solo la imagen de los conflictos que puntualmente se producen en sus calles. Su barrio son los niños que se educan en sus colegios, juegan en sus parques y pasean por sus aceras, son los trabajadores que arrancan cada mañana el vehículo aparcado en la puerta para dirigirse a sus negocios o levantan la persiana de la tienda de conveniencia dando los buenos días a quien pasa por la calle, es el cartero a quien todos llaman por su nombre, son los voluntarios de las oenegés que llevan el aula de apoyo escolar, es el cura que atiende la parroquia, es la asociación de vecinos que sigue organizando actividades, es la cofradía que revive cada Semana Santa, es cada colectivo que se siente identificado con el lugar que le da su razón de ser.

En Suerte de Saavedra repudian el sobrenombre de Las Malvinas. Nadie quiere que el sitio en el que vive sea calificado como un lugar de conflicto. Porque en Suerte de Saavedra hay conciencia de barrio, a pesar de aquellos que intentan a toda costa sembrar violencia y malestar. Dice una amiga que si alguien es capaz de salir a la farmacia en bata y zapatillas de andar por casa es que le que le da igual todo. Es una forma de ejemplificar las circunstancias que fastidian las normas básicas de convivencia en viviendas colectivas. Si alguien se atreve a arrancar las puertas de los buzones, apedrear la luz del portal y garabatear la fachada del lugar donde su familia vive, es porque ésa no es su casa ni es ése su barrio. Que se lo digan a la Asociación de Vecinos de Suerte de Saavedra, que está moviendo Roma con Santiago para conseguir lavar la cara a su entorno, cubriendo la dejadez de las administraciones. Se han echado la desbrozadora al hombro para limpiar los solares y han cargado con botes de pintura para adecentar fachadas y muros.

Su barrio no es la lucha entre clanes familiares ni las peleas por ajustes de cuentas, ni los enfrentamientos con la policía. Estos hechos se producen entre individuos que el propio sistema, mal concebido, ampara y que allá donde van arrastran conflictos y dificultades por su incapacidad para convivir y de someterse a normas de conducta. Esta gente no es de ese barrio, ni de ningún otro.