Salvo a los miles de jóvenes que pueden llegar a concentrarse en los alrededores de Puerta Palmas y a las tiendas del entorno que hacen su agosto todos los meses con la venta de bebidas alcohólicas y perritos calientes, a nadie más le puede venir bien que esté autorizada la celebración del botellón en el paseo Fluvial. Ni a los vecinos, por las molestias que provoca cualquier aglomeración incontrolada y que en algunas épocas del año se prolonga desde la noche del jueves hasta bien entrada la madrugada del domingo, con la suciedad que arrastra a su paso, desde la acumulación de orines en fachadas y rincones de las calles, a montañas de bolsas, botellas y vasos esparcidas a lo largo y ancho, que pueden causar incluso problemas de índole sanitario. Ni tampoco a los hosteleros que han hecho una apuesta arriesgada por sacar adelante sus negocios en los locales del río. A las razones de las molestias y los perjuicios se unen otras que no pueden pasar desapercibidas y que tienen que ver con la seguridad de los propios jóvenes, pues las aglomeraciones que se forman pueden llegar a complicar la actuación de los servicios de emergencia, dado que los accesos están taponados, así como el tráfico también se ve afectado.

Han pasado trece años desde que se aprobó la Ley regional de Convivencia y Ocio, que surgió precisamente para intentar compatibilizar los derechos a la diversión y al descanso en espacios públicos urbanos, donde había proliferado la tendencia a beber en la calle, con consecuencias que se habían convertido en inasumibles por parte del vecindario. En Badajoz ocurrió en Puerta Pilar. Seguro que los vecinos aún se acuerdan del suplicio que soportaron durante años y que parecía de difícil erradicación. Pues se consiguió.

La normativa propició que los ayuntamientos decidiesen qué lugares eran los autorizados para celebrar los botellones. En esta ciudad se eligieron tres: el paseo Fluvial, el ferial y el Nuevo Vivero. El primero y el último son los preferidos por las pandillas y también los que más quebraderos de cabeza provocan. Caya solo se ocupa en momentos puntuales, fundamentalmente en la feria de San Juan y en fiestas de estudiantes. En el Nuevo Vivero, las instalaciones deportivas han sufrido las consecuencias de los desmanes de los convocados, tanto aficionados como directiva se han quejado y la reparación de los desperfectos tienen que se asumidas por el erario público.

Trece años después, aunque no por primera vez, el equipo de gobierno municipal pone sobre la mesa las razones para desautorizar el botellón del paseo Fluvial. La decisión urge porque las obras de la margen izquierda del río están a punto de concluir y no es cuestión de que el parque que surja de esta actuación sea pasto de las hordas juveniles de vaso en mano. Sobre la mesa hay quien vuelve a plantear la conveniencia de reeducar a los jóvenes en cómo invierten su ocio y las consecuencias de ser permisivos con el consumo de alcohol. Trece años después, ha llegado el momento de recapitular y analizar si la ley cumple su cometido, si los tres espacios que se designaron entonces son los adecuados, si realmente existen alternativas de ocio "saludable" para los jóvenes o el botellón es inherente a una cultura que vincula cualquier celebración al consumo de alcohol, porque el clima así lo permite y porque la bebida en compañía es realmente la excusa para reunirse y encontrarse sin tener que rascarse demasiado el bolsillo.