La resolución de un contratiempo de la vida cotidiana, gracias a la ayuda de una persona, me ha hecho pensar en las innumerables ocasiones en las que, en el transcurrir de los años, he podido superar dificultades agarrando la mano que me tendió un amigo o un desconocido. Se habla y se escribe mucho de la sociedad actual. Personas egoístas y con los valores perdidos. No es del todo cierto. Casi siempre encuentras gente capaz de dejar de mirarse el ombligo y levantar la vista. Echo la mirada atrás y veo que he encontrado muchas personas de esas, de las que levantan los ojos y tienden la mano. Personas que te acogen entre su familia en un momento de soledad, te tramitan un documento cuando la urgencia apremiaba, te dan un caldo caliente cuando te sientes mal, te ayudan a cambiar la rueda del coche, se ofrecen a ir por gasolina si te quedas tirada, te resuelven un problema informático, y un sinfín de pequeños o grandes gestos sin los que la vida se haría más difícil, complicada o desoladora. Hay buena gente. Sin duda la hay. No estamos en un mundo tan frío y egoísta como muchas veces pensamos. Se suele encontrar una mano. Yo he encontrado más de una.

Así es como sobrevivimos a las innumerables contingencias del día a día. Hay gente dispuesta a prestar su ayuda. A cambiarte el turno de trabajo porque tienes un problema, a realizar tu tarea para que puedas atender una emergencia. Son personas normales y corrientes. No son cooperantes, ni pertenecen a organizaciones humanitarias; no son lo que se conoce como personas comprometidas, pero se comprometen. Están ahí si les hablas, les tocas el hombro y les pides ayuda.

Vivimos en una sociedad avanzada y sofisticada pero seguimos siendo tribales, con todo lo bueno y lo malo que eso conlleva. Hoy me centro en lo bueno, en la buena gente como la persona que, hace unas horas, me ha ayudado a resolver un problema.