Arqueólogo

Concluyo esta serie sobre la arqueología en Badajoz. Puede y debe contarse con todos los afectados. Interesados, en un país que se quiere culto y desarrollado, somos todos. Me viene a la cabeza una anécdota ocurrida en la inauguración de la Biblioteca de Extremadura. Un alto cargo preguntó a la arqueóloga que explicaba los importantísimos restos aparecidos allí: Estaréis contentos. ¿Acaso pensaba semejante ilustrado que los arqueólogos somos niños y nuestras investigaciones juguetes de retoño malcriado? Vaya nivel cultural el del personaje.

Los arqueólogos cumplimos una misión, que es investigar. Ninguna sociedad culta, enfrentada con resolución a su futuro, puede prescindir de los arqueólogos o, lo que es lo mismo, de los historiadores. No somos nosotros los únicos contentos con un descubrimiento importante, es la sociedad en su conjunto. Los nuevos datos la enriquecen y contribuyen a hacerla más culta y a profundizar su identidad.

No digo esto perdiendo el hilo de las columnas anteriores. Excavamos porque creemos necesario conocer nuestro pasado y se nos paga, pese a quien pese, para utilizar nuestras investigaciones en el largo y complejo proceso de la búsqueda de nuestra conciencia colectiva. O sea, no somos sólo un lujo o una molestia, sino una necesidad. Estoy dispuesto a admitir, haciendo de abogado del diablo, que también somos, desde ciertas ópticas, un mal necesario. Léase esto en clave de Badajoz y ya me dirán. Si esto es cierto como regla general, en el caso de nuestra ciudad es vital.