Nací y he vivido en San Fernando. Mi infancia --que es la patria de uno-- más la adolescencia y la juventud, la disfruté en Santa Marina y hoy día soy vecino del Casco Antiguo. Mis recuerdos no son un de un patio de Sevilla, como diría el ilustre poeta, sino de la plaza de los Alféreces, los aledaños del cuartel de Menacho, el cine de verano junto al baluarte, el colegio General Navarro y los botellines de leche en el recreo, el instituto Zurbarán y creernos ya mayores, la discoteca del Casino, las fiestas de fin de año en el salón de actos de la parroquia de San José o las primeras cañas en el Kalty.

Pero los niños de Badajoz de los sesenta también tenemos recuerdos del río y su playa, de la metalúrgica y el fútbol, del cine de los Maristas, de las verbenas de San Juan en San Francisco, de la romería de Bótoa en la ladera del Fuerte de San Cristóbal y de La Estellesa camino de San Vicente de Alcántara. Recuerdos de la feria de San José en Puerta Pilar, de los patos de Castelar y la inhóspita boca del lobo, de la cofradía de Santo Domingo liberando al preso de la cárcel que hoy es el Meiac y del Castillo --que en nuestro vocabulario aún no era Alcazaba-- menos civil que militar.

En aquellos tiempos, el Casco Antiguo desbordaba vida: el mercado en la plaza Alta, los churros de Zapatería, el comercio de la Sal, el Candado en la plaza de la Soledad, Pascual Alba en San Juan, Espada, Campano, el flamenco, los mesones, las esquinas, los rincones y un cierto sabor a puerto de mar. Queriendo descubrir el mundo y vivir aventuras, nada sabíamos del Badajoz musulmán pero sí del comercio vivo, del bullir de un barrio, de los cantes de los gitanos, del embarcadero a pleno rendimiento y de las señoras prostitutas en la calle del Burro (Encarnación) recibiendo a sus viajeros y espontáneos que, obviamente, nos daban miedo.

Después, el abandono, el olvido, las ratas como camiones, la droga como plaga, la historia hecha cenizas, el patrimonio reducido a escombros, las fogatas, las puertas tapiadas, el trapicheo y las señoras prostitutas iban dejando casa y paso a jóvenes enganchadas a un entorno de miseria y lacra. Nada era ya divertido ni romántico.

Sentir nostalgia por regresar a la calle del Burro como metáfora es querer regresar a un pasado felizmente superado.