Como un tiovivo, subiendo y bajando en el caballito, arriba y abajo y dando vueltas, siempre en el mismo sitio. Así he visto, desde muy joven, la vida. Norte, sur, este y oeste, primavera, verano, otoño, invierno. Y de mayor, qué contarles: inicio de curso, navidad, carnavales, Semana Santa, Feria de San Juan, vacaciones, y vuelta a empezar. De vez en cuando el ingenio mecánico se desplaza, empujado por algún acontecimiento personal o comunitario, y reiniciamos los giros en el nuevo emplazamiento. Primavera, verano, otoño, invierno. Ahora el caballito nos ha llevado hasta el último cuarto de 2009 y, es ahora, en el preciso momento en el que se renuevan propósitos y se hacen planes en un intento de engañar a nuestra montura y espolearla para que abandone el carrusel y nos lleve por otros caminos como la cabalgada que hace muchos años, demasiados, encabezó Mary Poppins, es ahora, cuando al próximo año, al mitificado 2010, ya se le ve la oreja, cuando más claramente me doy cuenta de que no hay nada que hacer. Ningún nuevo salto hacia una mejor ubicación.

En el mes de agosto de hace dos años, un fatídico acontecimiento hizo que saltaran los anclajes y el tiovivo se afianzó con fuerza en la crisis. Recuerdo que, precisamente, en aquella primera columna de septiembre, tan primera como esta que escribo, expresaba la inquietud que me produjeron las primeras noticias sobre las subprainss , temiendo que mi economía estuviera en peligro. Veinticuatro meses después aquí estamos. Con millones de economías destrozadas, parados en espera de subsidios y proyectos estancados. Vivimos con la crisis hasta las cejas y preguntándonos cuándo, una nueva sacudida nos llevará a un mejor emplazamiento donde seguir dando vueltas, subiendo y bajando, sin grandes sobresaltos.

Aunque aspiro al galope libre de la mágica institutriz, decidiendo mis propios caminos, sé que son de momento demasiados los tornillos que mantienen fijo al caballito sobre el que cabalgo, agarrada a la barra que sube y baja.