TEtste año quería darme el gusto, antes de que terminase, de seguir la ruta vital completa del emperador Carlos --el extremeño de adopción más extraordinario de la historia-- desde su nacimiento hasta su muerte, ocurrida hace justamente 450 años, y afortunadamente lo he conseguido, reviviendo la lección de grandeza y humildad de este gran hombre, el más poderoso de su época, que renunció al trono y se hizo construir una austerísima residencia en el monasterio de Yuste adonde se retiró, y que es uno de los personajes históricos que más admiro, por su humanidad, por su compasión, por su entrega al trabajo y por su inmensa obra política.

Así que, para reunir de una vez los fragmentos dispersos que conocía de su geografía vital, me fui a Gante --donde nació en 1500-- este verano, visité la catedral de San Bavón --donde fue bautizado-- y me situé ante la estatua de cuerpo entero con que esa bellísima ciudad honra su memoria. Luego pasé por Laredo, el puerto cántabro por el que tantas veces entró y salió de España y por el que regresó definitivamente para retirarse a Yuste, y me situé ante la estatua de medio cuerpo situada delante del ayuntamiento.

Finalmente, cuando terminaba noviembre he ido de nuevo a Cuacos de Yuste, donde entregó a Jeromín --el hijo que tuvo con la noble alemana Bárbara Blomberg , que luego, reconocido oficialmente como tal, sería don Juan de Austria -- a su mayordomo Luis de Quijada y a su esposa, Magdalena de Ulloa , que lo criaron como propio. Allí me situé ante la estatua del emperador, una pequeña cabeza probablemente inspirada en el retrato donde Tiziano lo representó en la batalla de Muhlberg, cuadro que se conserva en El Prado. En ese mismo mes, pero de 1556, de camino ya a su retiro de Yuste, cuyas obras no habían concluido, Carlos se alojó durante tres meses en el palacio-fortaleza de los Condes de Oropesa, en Jarandilla, así que me fui también hasta allí, para regresar de nuevo hacia Cuacos y dirigirme esta vez directamente al monasterio, donde murió el 21 de septiembre de 1558. Allí, a la entrada de su humilde residencia, me situé ante su busto de bronce -me parece que obra, o copia, de Leoni-, y volví a sentirme feliz de ser extremeño, español y ciudadano del mundo, y de tener esta historia y contarla.