Escribo mi segunda y última entrega sobre el Carnaval de Badajoz con la imagen, un año más, de decenas de personas haciendo cola en el López de Ayala para comprar una entrada para la final del concurso de murgas, aunque este año más que una cola pareció un campamento chabolista en el centro de Badajoz. Es evidente que los seguidores más jóvenes del concurso no entienden de lluvia, ni de frío cuando está en juego ver y animar a su murga, pero lo cierto es que se trata de una situación lamentable a la que se le debería buscar solución, como ya se ha hecho en otras actividades que también provocaban largas colas en Badajoz.

Pero seguramente las colas del López no sea la situación más difícil ni urgente de solucionar. Hoy comienza oficialmente una fiesta que la mayoría reconoce que ha cambiado mucho y no precisamente para bien. Es cierto que ahora son muchas más las murgas y comparsas que participan en los distintos concursos, pero el Carnaval de Badajoz se está olvidando de un elemento fundamental en cualquier fiesta: sus señas de identidad. Y más aún cuando se busca la declaración de Fiesta de Interés Turístico Nacional. No podemos convertirnos en una mala copia de otros carnavales. El Carnaval de Badajoz debe ofrecer sus propios atractivos si quiere mantenerse y crecer. Y desgraciadamente estoy de acuerdo con aquellos que aseguran que las murgas no son lo que eran, que a las comparsas sólo les interesa su desfile y que cada vez hay menos gente en la calle.

Las llamadas murgas antiguas habían iniciado un estilo propio que en la actualidad, y probablemente motivado por las propias bases del concurso, se ha perdido. A las comparsas apenas se las ve bailando y animando en las calles antes del domingo y el ambiente carnavalero de la ciudad se ha visto reducido a dos noches de botellón disfrazado.

Pero con todo ello, todavía creo que hay motivos para la alegría propia de estas fechas. Y es que el enfermo reconoce su dolencia. Ahora sólo debe acudir al médico ¡Viva el carnaval!