Hay situaciones, hechos e imágenes que por mucho que se repitan no te dejan impasible. Me ocurre, por ejemplo, con los accidentes de tráfico, con el sufrimiento de los niños o cuando veo a los vecinos de Alvarado agolpados alrededor de la cubeta de Aqualia para recoger las bolsas de agua con las que poder beber durante unos días.

La situación que viven estos vecinos es tercermundista aunque ocurre a tan sólo 17 kilómetros de Badajoz.

Y es que desde hace muchos años en la pedanía de Alvarado no hay agua potable. Ese gesto tan normal y necesario, para nosotros, como es el abrir el grifo y beber, en Alvarado está prohibido. El pozo que les abastece tiene unos niveles de nitrito y cal que convierten el agua en prácticamente un veneno. De hecho los vecinos solo utilizan con tranquilidad el agua que sale de sus grifos para fregar el suelo o lavar la ropa, porque incluso para el aseo personal muchos de ellos tienen sus reparos. De ahí que para beber tan solo tengan dos opciones: o esperan en la plaza de su pueblo a que tres días a la semana les llegue desde la ciudad en las que están empadronados y donde pagan sus impuestos su ración de agua; o compran agua mineral embotellada. Un gasto que hacen todos aquellos que ya no soportan el sabor a plástico.

Llevan tanto años viviendo esta situación que lo más dramático ya no es la falta de agua potable, sino la resignación de los propios vecinos. Y no es de extrañar. Tantas veces ha parecido que la solución estaba a la vuelta de la esquina y nunca ha llegado, que ya dudan de anuncios y promesas, vengan de quien venga.

Esta semana ha sido la propia ministra de Medio Ambiente la que se comprometió a acometer esta actuación en un futuro, pero anteriormente han sido otros en el Ayuntamiento de Badajoz los que han asegurado tener la solución en sus manos. El problema como siempre es el dinero.

Bienvenida la Ronda Sur, la Plataforma Logística, el AVE, o tener bonita la orilla del Guadiana. Pero, por favor, no empecemos la casa por el tejado.