Los arqueólogos tenemos una irrefrenable tendencia a hablar de cerámica. Es lógico. La cerámica es nuestro fósil director. El material, aunque haya otros, que nos permite reconocer los horizontes culturales y temporales en los que nos movemos. Porque se conserva bien y permite identificar con nitidez los rasgos materiales de cada sociedad. Todas las culturas históricas dejaron, a partir del Neolítico, una marca indeleble de su personalidad, incluso de su ideología, en las vasijas que fabricaban y empleaban. La árabe también. Si bien es cierto que el enorme cambio social provocado por la conquista del 711 tardó en manifestarse en términos alfareros. Se habla de «cerámicas emirales», por ejemplo en Mérida. Pero el tiempo que media entre comienzos del siglo VIII y la proclamación del califato de Córdoba (929) es demasiado largo -estoy escribiendo desde la Arqueología Medieval- y no es lógico que no hubiera cambios en su discurrir. La variación de las formas no es la de la tecnología y esto en esa ciudad no se da. En todo el mundo árabe, del Atlántico a Mesopotamia, hubo muchos tipos de cerámicas de transición. Deformaciones más o menos acusadas de las utilizadas antes. Sólo puede hablarse de cerámica islámica cuando comiencen a producirse, precisamente en Iraq, las vajillas de vidriado blanco. Imitación, a su vez, de las sofisticadas porcelanas chinas. Aquí a las primeras piezas de cubierta blanca las llamamos de “verde y manganeso”, por los colores de su decoración. Llegaron tarde, de la mano de alfareros bizantinos.

Cuando esa técnica aparece en la hoy ciudad andaluza puede fecharse en el último tercio siglo X. Cuando se recoge en otras ciudades -Badajoz-, no. Al producirse la revolución que acabó con el califato de Córdoba esta capital dejó de ser un gran mercado y los artesanos emigraron a las pequeñas capitales de los reinos de taifas. A los nuevos mercados. Por eso se formó el Arrabal Oriental y los restos de fabricación se recogieron en el Testar de la Puerta del Pilar. Así de simple. Podemos recuperar nueva información, pero la Arqueología no es una chistera para sacar conejos. Con dos silos y cuatro cascotes no se crea una teoría nueva. Primero hay que estudiar.