Cuando alguien abandona a un hijo recién nacido cierra las puertas a la esperanza. Ayer dejaron a un bebé ante una casa, como se hacía antaño, -antes de que llegara eso que han dado en llamar la sociedad del bienestar -, y con él esparcieron un montón de interrogantes sin respuestas. ¿Cómo será su madre? ¿Qué le ha empujado a dar ese paso? ¿Seguirá viva?. Desde luego si sigue viva nunca más volverá a ser la mujer que fue, porque cuando uno pierde un hijo ya no vive, sobrevive mutilado. Desde ayer es una madre a la que la han amputado su miembro principal, una de sus prolongaciones. Un trozo de esa mujer quedó ayer, palpitando, en una caja de plástico, solo en la calle, quizás esperando una oportunidad, una vida mejor.

Ella cerró una puerta. Mientras, a su hijo se le abrían muchas otras, quizás por eso se arrancó ese pedazo de su ser, para ser salvado de la soledad, el miedo, la pobreza, y de tanta injusticia social.

Casi con toda seguridad esa mujer pasará el resto de sus días soñando con que vuelven a trasplantarle esa parte de su ser y él puede que tampoco deje de buscar el tronco de donde salió despedido. Puede que un día se encuentren.