Teresa Silva Garlito esboza una sonrisa y da las gracias al recibir las felicitaciones de este periódico por los cien años que está a punto de cumplir. Nació el 29 de febrero de 1916 cerca de la plaza Alta, en la calle San Atón, donde pasó su juventud. Su vida ha sido un viaje lleno de baches, cuestas y socavones de los que ha sabido salir airosa. "Siempre ha tenido un gran corazón. ¡Qué noble y qué buena es!", dice su hija, que comparte el nombre con ella.

Cuando Teresa contaba con 19 años estalló la Guerra Civil. De familia republicana, le tocó vivir las atrocidades de la contienda muy de cerca. Primero asesinaron a su padre, Baldomero Silva. "Estaba acostado, durmiendo, entraron y lo mataron", recuerda su hija. Después a su hermano. "Mi madre siempre contaba que vinieron unos hombres a casa a buscarlo. Dijeron que le tenían que hacer unas preguntas, pero nada de eso. Lo fusilaron en la pared del cementerio". Y, por si fuera poco, su pareja, Antonio Caminero, que se marchó a combatir con el bando republicano, regresó muy mal herido tras estallarle cerca una bala de cañón.

Sin su padre, sin su hermano y con el padre de sus dos niñas malherido, a Teresa Silva le tocó afrontar la posguerra sola. "Mi madre era sastre. Nunca había usado, por ejemplo, zapatillas, sino zapatos. Siempre iba muy bien". Aunque después de la guerra se vio obligada abandonar este oficio. "No había nada, tuvo que irse al campo a trabajar para sacarnos adelante a nosotras, sus dos hijas, y a mi padre, que no podía trabajar por las heridas.". Comenzó entonces la otra lucha, la de Teresa Silva contra todos. Y nadie, ni nada, pudo nunca con ella.

"Hubo una época en la que se sacaba sangre casi a diario para venderla. Por cada litro le daban un dinero", revive su hija Teresa. Sólo fue uno de los recursos que utilizó su madre. Sus viajes a Portugal resultaron frecuentes. Allí, tapada con un mantón para evitar ser reconocida, vendía el café y el tabaco que podía. "Un guardia la traía escoltada siempre. Mi madre miraba con el rabillo del ojo y decía que siempre la seguía". También vendió agua durante cinco años y trabajó limpiando las casas de conocidas familias pacenses, como la de Madame Brun.

Para entonces, ella había sufrido 4 abortos. Antonio Caminero murió en 1959. Apenas 15 años más tarde, con la transición, afloró la vena política de Teresa. "Era socialista. Mucho. Votó hasta las últimas elecciones, que ya no pudo", dice su nieta, también Teresa, que la cuida por las mañanas.

Ahora, sentada en su casa cerca del parque de la Picuriña, todavía se atisban restos de unos ojos verdes que cautivaron a aquel guardia portugués. Teresa Silva padece demencia senil, y a duras penas reconoce a las hijas por las que tanto luchó. Tiene también 5 nietos y otros 5 biznietos. "Ha sido siempre un ejemplo de madre y una gran luchadora", finaliza su hija.