Llegan las vacaciones, vuelvo la vista atrás y pienso en los colegios de mi vida. Esos lugares donde aprendía siendo feliz, donde crecía como si el tiempo no pasara y la vida fuera un camino de rosas. Sí, ya sé, que luego las rosas tienen espinas y que el tiempo pasa demasiado deprisa, pero los recuerdos de aquellos días permanecen casi inalterables. Días de clases de 9 a 1 y de 3 a 5, sin aire acondicionado sin actividades extraescolares, sin tareas que duraran toda la tarde, con merendillas de pan y lasca de chocolate, sin traumas que nos volvieran locos, sin padres y madres sobreprotectores, con amigos por todas partes, sin pantallas ni mandos que nos robaran el juego. Quise entrar en la «Neja» (así llamábamos a la Aneja), como casi todos mis amigos, pero acabé en General Navarro con don Jesús (Delgado Valhondo), don Domingo y don Gregorio, entre otros, los botellines de leche de los americanos en el recreo y el semáforo de Correos, donde mi padre me dejaba hasta verme entrar en el cole.

Pero otras historias me relacionaron con otros colegios. Del General Navarro íbamos mucho al antiguo López de Ayala, a ver pelis de todo tipo aunque, para cine, las sesiones de las tardes de domingo en los Maristas, hartos de chucherías. A los Maristas íbamos mucho, también, a jugar a fútbol, como a los Salesianos, con aquellos grandes campos de juego o de camino a la Melalúrgica. De vuelta, siempre parábamos a beber agua en la boca de riego del jardín de infancia de la Diputación y nunca nos pasó nada. Para chicas, las de la Compañía de María, el Santo Ángel y, más que nada, las Josefinas. ¡Qué fiestas aquellas por San José saltando el muro por Adelardo Covarsí! Esos tres uniformes forman parte del imaginario colectivo de Badajoz.

Luego fui al Instituto, al Zurbarán, cuando solo era de chicos y para ver a las chicas teníamos que subir por la calle del Obispo hasta el Bárbara de Braganza. De la bendita EGB pasamos al bendito Bachillerato, con María Bourrelier, Pecellín, don Carmelo, Teresa Quintanilla, Guadalupe Carapeto, Ricardo Puente, Carracedo, Tomás Pérez o Mercedes Santos de Unamuno. Años más tarde, también se incorporó a mis recuerdos el Luis de Morales y mis años de violín y solfeo en las primeras escuelas municipales. Vacaciones, sí, pero homenaje a quienes nos enseñaron en la escuela mientras en casa nos educaban.