El comedor social del Gurugú, que funciona desde ayer hasta el 31 de agosto, requiere más apoyo institucional para que siga funcionando «con la misma intensidad» el resto del año, pues aunque la actividad no decae cuando acaba el verano, lo hace «con más limitaciones» y gracias a la red de voluntariado con la que cuenta, según se expresa su coordinador, Víctor Martínez, quien hace hincapié en la necesidad de darle cotinuidad a las ayudas que recibe para no depender en exclusiva de la disponibilidad y del esfuerzo de los voluntarios.

Martínez destaca especialmente el empeño y la dedicación del presidente de la asociación de vecinos, Ricardo Cabezas, «que no para de buscar recursos». El comedor social tiene el apoyo de la Fundación CB y Educo, así como del Banco de Alimentos, Exassa, panificadora El Nevero, Cash al Corte y Frigo.

Las instalaciones del centro social abrieron ayer sus puertas para acoger a medio centenar de niños del entorno que disfrutarán de actividades propias de un campamento de verano, pues además de recibir apoyo educativo a primera hora de la mañana, van a la piscina de La Granadilla, realizan excursiones, visitan museos, participan de las actividades de ocio y culturales de la ciudad y hacen deporte. Mañana realizarán la primera salida a la piscina natural de la Codosera y, el viernes, a la piscifactoría.

Esta iniciativa surgió en plena crisis como apoyo a familias con necesidades para suministrar a sus hijos las dos comidas más importantes del día (desayuno y almuerzo) y se ha mantenido como un proyecto pionero que fue anterior a los espacios educativos saludables que gestiona Cruz Roja con fondos de la Junta.

El centro del Gurugú tiene todas las plazas ocupadas y cuenta con una lista de reserva para las vacantes que dejan niños que acuden todo el año y que en verano realizan otras actividades con colectivos del barrio. La capacidad es siempre insuficiente, según constata el coordinador. «Nosotros lo que hacemos es sacar el máximo rendimiento al poco espacio del que disponemos». Además del centro social, cuentan con las instalaciones del colegio Santa Engracia. Los niños están todos juntos independientemente de su edad, pues uno de los objetivos de la iniciativa es que los mayores se impliquen en la formación de los más pequeños, bajo supervisión de los monitores.

A lo largo de los años se han ido involucrando más voluntarios y colectivos. Estas semanas cuentan como observadores con seis jóvenes de Madrid de la asociación Entreculturas, que trabaja en la inclusión y la conciliación familiar. Además hay monitores de los Salesianos, que aunque ya son universitarios, siguen acudiendo cada verano, lo que demuestra que continúan vinculados al centro por una decisión personal. Y también están los voluntarios del barrio: Silvia, José, Julio y Pedro, que en su momento fueron usuarios y ahora son ellos los que cuidan de los niños. «De eso se trata, de que el barrio se retroalimente, que forme a chicos que en el futuro puedan llevar esto», señala el coordinador. Pedro Pozo tiene ahora 27 años y acude al centro social desde que tenía 7 u 8. A los 18 empezó a colaborar como monitor porque sabe de primera mano lo importante que es la labor que se realiza. «Algunos niños hacen sus comidas más importantes porque vienen aquí, si no, no comerían». No solo eso. Pedro puede contar en primera persona lo beneficiosa que ha sido su experiencia: «Yo me juntaba con algunos amigos que han tirado por el mal camino y gracias a que empecé a venir aquí, he centrado mi vida y ahora quiero dar lo que a mí me dieron de chico».