Si existe Dios, ¿por qué permite el sufrimiento humano? Iniciada la segunda mitad del siglo XVIII, por primera vez se hicieron esta pregunta los intelectuales, como consecuencia del terremoto de Lisboa. La catástrofe aconteció en la mañana del 1 de noviembre de 1755, día de Todos los Santos. Millares de lisboetas se encontraban en sus iglesias, participando en los oficios religiosos de la festividad. A las 9.20 se inició un temblor de 8,7 grados en la escala de Ritcher que duró entre tres y diez minutos, es decir, uno de los más devastadores de la historia, similar al reciente de Chile. Murieron 100.000 personas, más de un tercio de la población de la ciudad. Muchos de ellos perecieron bajo las ruinas de los templos donde oían misa.

El terremoto de Lisboa significó un antes y un después en el pensamiento occidental. Pensadores como Voltaire concluyeron que un Dios incapaz de evitar un desastre es un inútil. Pero si, pudiéndolo, no lo evita, es un ser perverso. En Europa, la gente empezó a cuestionar a la Iglesia y ese terremoto ayudó al éxito del ateísmo.

Los recientes terremotos de Haití y Chile vuelven a sembrar la duda y el desencanto entre no pocos creyentes, que observan, además, entre las ruinas, las de sus propios templos y catedrales, emblemas del poder de Dios y de sus administradores, en una contradicción descomunal entre el símbolo y lo simbolizado.

Pero no hay que irse tan lejos ni contemplar tanta desgracia para llegar a esas conclusiones. La desdicha, como un rayo cercano que mata a cualquiera, acontece a nuestro lado con frecuencia. Esa joven madre de Almendralejo, que ha perdido a dos de sus niños en un incendio y que meses antes perdió a su esposo en un accidente, es también la expresión inexplicable del desastre a escala familiar. ¿Dónde está Dios?, nos preguntamos, cuando la adversidad se ceba de este modo con alguien.

Dice César Vallejo que en la vida hay golpes "como del odio de Dios". Pero la explicación es mucho más sencilla. Entretanto, a los que optamos por lo humano, sólo nos queda la solidaridad y la compasión. La fe, ante todo, en el ser humano y en su capacidad de piedad. La palabra compasión, una de las más hermosas que existen, es y debe ser la expresión de esa fe. Lo otro es simple y mágica especulación.