THtoy no escribiré sobre política. Lo haré sobre los partidos políticos, que no tienen poco que ver con la política. Algunos ingenuos creen que los partidos políticos son la base de la democracia. No es cierto. Las dictaduras tienen y consienten partidos políticos, a medida, pero partidos al fin y al cabo, con la pretensión de justificar su falta de libertades, entre otras demencias, incongruencias e indecencias. Esa es la esencia de la democracia: la libertad, incluso para decir que los partidos políticos acaban convirtiéndose en opacos y autoritarios instrumentos de poder al frente de los cuales se sitúan no los mejores sino los que mejor conocen la organización y mejor han sabido ganarse los favores de quienes tienen que apoyarles.

Llevamos una temporada de congresos de partidos políticos. Me parto de risa con los congresos. Hay tanto ritual, tanto discurso hueco, tanta imagen ficticia, tanta ideología impuesta que es imposible que toda esa parafernalia sirva realmente para algo. Una ceremonia con la que los medios de comunicación se vuelven locos, informativamente hablando. A nadie le importa un pimiento lo que digan los partidos, sobre todo los partidos cuyos dirigentes llevan toda la vida yéndose sin acabar de irse, viviendo del presupuesto y sin más biografía o curriculum que un puñado de mítines incendiarios.

Pero lo que más me llama la atención es que para unos, los congresos ganados con más del 90% de apoyos son una contundente victoria mientras que para otros, es un resultado a la búlgara, o sea, amañado. Quienes detentan (o perpetran) el gobierno, suelen disfrutar congresos llenos de parabienes, múltiples abrazos y elocuentes declaraciones que no se creen ni ellos mismos mientras que para los que sobreviven en la oposición, no hay congreso que se precie sin una buena ristra de candidatos y sus incontroladas dosis de incertidumbre. El mapa de España ofrece un retrato apasionante en ese sentido.

Eso sí, lo que no entiende un chico de izquierdas liberal como yo es ese permanente discurso de pobres y ricos que regurgitan algunos desde la ranchera de alta gama, la vivienda en Las Vaguadas y el apartamento en la playa. No es incompatible ser rico y de izquierdas pero empieza a resultar ridículo identificar a la derecha con el dinero. Es precisamente esta cultura de papeles cambiados la podredumbre que está minando la convivencia y el futuro. Y de esto no hablan ni líderes ni partidos ni congresos.