Varios miles de pacenses volvieron a manifestarse la semana pasada en las calles contra la guerra en Irak, a pesar del anuncio de su final el día antes y de un posible cansancio de la gente, aunque lo cierto es que la oposición a la guerra ha estado viva, muy viva, desde que se intentó evitar, como nunca antes ocurrió en el mundo.

El anuncio del presidente del Gobierno, días antes, de que algo iba a cambiar, hacía pensar en la caída de Bagdad y del sátrapa Sadam, y aunque el riesgo siempre está ahí, no en la muerte por fuego amigo y enemigo --raras amistades-- de dos periodistas españoles, que no importa si eran una cosa u otra, pero sí eran dos personas que nos eran más cercanas --¿será cierto que uno de ellos se tuvo que pagar su chaleco antibalas?-- en medio de una carnicería que este Gobierno intenta justificar, e incluso hacer cómplice a la ciudadanía en el ámbito de la opinión, para agradar los caprichos y amistades peligrosas de un presidente que presenta aires de ´grandeur´, encantado de haberse conocido, a quien España, otra vez, se le queda chica ante sus delirios narcisistas.

Y mientras --sólo algunos-- miembros de su partido utilizan un lenguaje ultra para provocar más disturbios y acusar a los manifestantes de la zafia brutalidad de los violentos, absolutamente condenable; hablando de intifada; dejándose llevar --traicionados por su subconsciente-- de un truculento victimismo ególatra y agresivo y enfrentando a la sociedad con consignas incendiarias, como si ésta fuese tan inconsciente como ellos, o volviéramos al siglo XIX.