Times Square ensordece los sentidos mojados por la lluvia, que amplifica el ruido y provoca tropiezos entre las obras, los paraguas, las chicas que caminan sin ver, apresuradas protegiendo sus peinados bajo chaquetas alzadas. Antes o después del teatro, de los musicales, es costumbre al parecer cenar en el Carnegie. Woody Allen rodó allí 'Broadway Danny Rose'. Y desde el principio pareces convertirte en un personaje de sus películas. Sándwich de pastrami, ensalada de patatas, pepinillos, cheesecake, es lo que le hemos visto comer en el cine, y nada parece sorprendernos. Contemplamos, en la pared, a los grandes del jazz como si fueran amigos de toda la vida. A nuestro lado una pareja mayor. Elegantes. El con cabellos blancos, un poblado mostacho blazer camel y camisa Oxford. Ella con pelo muy corto, una chaqueta negra, bajo la cual se adivina una camisa de seda blanca y un collar de perlas. Mas allá, una joven y su hijo. Ambas cruzan miradas, se sonríen. Aquella le alaba su bolso. Ella se lo muestra con detalle, sus iniciales grabadas. Y mientras traen la comida, la conversación entre ellas se anima, la mujer mayor juega con el pelo rubio del niño, que se aburre. El marido permanece al margen. Se levanta al baño. Y la joven avanza medio cuerpo sobre la mesa, en el lado que él ocupaba, para continuar la conversación en un tono mas bajo, en un ingles endiabladamente rápido. Mis amigos callan y sonríen. me traducen mas tarde: Le ha preguntado por cuantos años llevaban casados. Contesta que cuarenta, demasiados, cada día mas difícil. Con una sonrisa entre apesadumbrada y pícara. Ambas mujeres ríen en una carcajada complice. Los hombres que han presenciado la escena se preguntan, divertidos, si deberían informar al vecino sobre la verdad de su matrimonio. Hay varias fotografías de Clinton y de su hija. No veo sin embargo ninguna de Hilary. Le preguntamos al camarero y le insinúo que quizá las visitas se han producido en campaña electoral. Tito sonríe, prudente cuando se le advierte por mis amigos, que quizá lo cuente en una columna en España. La conversación de las mesas colindantes continúan, se entrecruzan. Detenidas solo por la risa acrobática que se escapa al intentar morder tu porción de bocadillo, por alegres brindis con cerveza Brooklyn. Sales a la noche, tarde, húmeda, y limpia. Ya no llueve. La temperatura es perfecta. El ruido y las luces se han quedado atrás. Manhattan se dibuja en blanco y negro y la banda sonora de Gershwin la acompaña.