Confieso que Stephen King ha influido en el origen de algunas de mis fobias. Carrie nos advierte sobre el peligro de una mujer cabreada, Christine avisa sobre hasta dónde pueden llegar los coches, Cell, llegó tarde, pero nunca nos hemos fiado mucho de los móviles y Cujo convierte a los simpáticos San Bernardo en auténticos asesinos. Cierto es que Jack Torrance y las endiabladas gemelitas hacen de los hoteles lugares que no hay que pisar ni en sueños (y menos en invierno) aunque la aversión más potente creada por el novelista es la que genera It, el repugante Pennywise, un perverso y desasosegante payaso que ríete tú del Krusty que Homer le regala a Bart por Halloween. Después de leer la escabrosa y perturbadora novela de King, el recuerdo de Gaby, Fofo, Miliki, Fofito, por supuesto, y Milikito, en todas sus facetas, ya no volvió a ser el mismo. El miedo, la fobia, el canguelo, la aprensión a los payasos tiene un nombre: coulrofobia que, curiosamente, viene del griego. Coulro es aquel que camina sobre zancos y antiguamente los bufones y payasos iban sobre zancos, es decir, como mirando por encima de los demás, en una posición de supuesta autoridad y supremacía, inestable, tal vez ficticia, pero de la que alardeaban y se aprovechaban. Cuando un payaso adquiere estas cualidades las cosas no empiezan bien pero si les suma las de It, o sea, el maquillaje excesivo, la nariz grande y roja, el extraño color de pelo y la más que evidente ocultación de su verdadera identidad, tenemos ante sí no solo un monstruo que atemoriza más a los adultos que a los niños, sino un psicópata de diseño que, como el Pennywise de la ficción, va cambiando de forma y de criterio al mismo tiempo que se alimenta del terror que produce en sus víctimas.

En la actualidad, aún siguen existiendo payasos que se mueven con soltura por los platós de televisión y otros medios de comunicación pero los que más abundan son aquellos que han cambiado las pistas del circo por las redes sociales y reír, lo que se dice reír, hacen reír muy poco pero se pasan el día pegándose mandobles unos a otros, haciendo bromas macabras y contando historias que no se las creen ni ellos. Eso sí, prefieren siempre ser payasos a trapecistas lo que demuestra que, en el fondo, no les interesa tanto el espectáculo como su propio ego. Otro día, si eso, ya hacemos la lista de Badajoz pero, por ahora, nos conformamos con hablar de literatura para el verano.