Las imprudencias se pagan, decía el eslogan de una campaña de Tráfico para concienciar a los conductores sobre las irreversibles consecuencias que pueden acarrear los incorrectos comportamientos frente al volante. Lo más injusto es que en demasiadas ocasiones las imprudencias las pagan quienes no las cometen, pero tienen la tremenda mala suerte de hacer coincidir un instante de su vida con el infractor. Seguramente el conductor que la noche del viernes pasado se atrevió a coger el volante con muchas copas encima ni siquiera pensó en las consecuencias de su arriesgado comportamiento, porque no estaba ni en condiciones de pensar. A él apenas le ocurrió nada. Fue identificado y se marchó a dormir. Cuando ayer por la mañana se levantara, además de la resaca tendría la sensación de haber sufrido una pesadilla. Pesadilla la que están padeciendo ahora los familiares de la pareja de jóvenes cuyo futuro se ha truncado por haber tenido la mala suerte de cruzarse con un conductor borracho que ha sentenciado su trágico destino. El joven ebrio se fue a dormirla mientras los familiares de sus víctimas no volverán a conciliar el sueño en mucho tiempo.