Durante las horas en que creíamos que Antonio estaba perdido y que todavía era posible hallarlo con vida, solo pensaba en que cada segundo que pasaba jugaba en su contra. Encontrarlo un poco antes en lugar de un poco después podría ser fundamental para sortear un final trágico. Se me vino al recuerdo aquel anciano con la memoria perdida que una mañana salió a pasear y no volvió. Había olvidado el camino de regreso y andando, andando se había alejado tanto de su círculo conocido que extinguió sus fuerzas y cuando fue encontrado, ya demasiado tarde, aparecía sentado, bajo un árbol, muy lejos de su barrio, fuera ya casi de la ciudad. En aquellos días no se me iba del pensamiento que si la buena suerte hubiese jugado a su favor, si algún conocido lo hubiese encontrado en su camino, quizá ese día no hubiese sido el último de su vida. Quizá el caso de Antonio fue inevitable y me gustaría que su familia así lo pensase. Pero cuando algo como esto sucede, habría que poner todos los medios disponibles, todas las energías y todos los ojos posibles en la tarea conjunta, ágil y organizada de la búsqueda, por si la esperanza de encontrarlo vivo fuese aún cierta.