No es el primero al que se lo escucho. El que fuera presidente de la Asociación de Amigos de Badajoz y desde las últimas elecciones municipales y autonómicas, cabeza de lista del partido político Badajoz Adelante (BA), Antonio Manzano, viene recordando las últimas semanas las palabras de la que fuese concejala de Urbanismo, cuando al ser cuestionada en relación a las obras de la Facultad de Biblioteconomía en el antiguo Hospital Militar, advirtió de que los trabajos continuarían con todas las consecuencias y si después el resultado era que había que tirar lo construido, pues se derribaba y punto. Manzano cita palabras textuales tirando de hemeroteca, como hacía a menudo el que fuese portavoz municipal de IU, Manuel Sosa, firme defensor del cumplimiento de las sucesivas sentencias de derribo del Cubo. Palabras para no olvidar.

Vistos los antecedentes, las experiencias vividas, los numerosos fallos judiciales y sucesivos recursos y los posicionamientos consentidores de las administraciones, resultaba difícil creer que algún día el Cubo sería derribado. Pensábamos que si eso ocurría, que un hecho tan insólito e irracional como demoler parte de una facultad universitaria se materializaba, supondría un cataclismo en el devenir de la ciudad de dimensiones incalculables y una traba infame a la presente y futura recuperación del Casco Antiguo, sumido en el más absoluto de los abandonos durante décadas.

El Cubo ya no asoma por el perfil de la Alcazaba y no hemos sido testigos de colosales protestas para impedir actuar a las máquinas, ni de palabras altisonantes por parte de los responsables públicos, que han seguido defendiendo las bondades de la actuación y sus supuestas repercusiones en la revitalización de la zona, que en ningún momento parece que vaya a peligrar, pues se ha comprobado que la universidad era capaz de buscar una solución. Ningún cargo universitario ni de ninguna de los administraciones implicadas ha afirmado que la facultad se vaya a marchar del lugar que ahora ocupa y cuyos beneficios en el entorno están por cuantificar. No recuerdo que hayan florecido negocios en torno a las titulaciones que allí se cursan, ni copisterías, ni librerías, ni tiendas de material audiovisual, ni siquiera un quiosco de prensa. La institución funciona como un espacio endogámico, sin repercusión en su alrededor, salvo el trasiego de alumnos, muchos de los cuales entran directamente en el recinto al que acceden en coche y salen sin llegar a atravesar el Arco del Peso.

El Cubo ya no existe. Ha muerto sin pena ni gloria, al contrario del tiempo que le tocó vivir, en el que protagonizó cientos de titulares en los medios de comunicación. Mientras ha estado en pie, muchas han sido las voces que han defendido su pervivencia. A la Asociación de Vecinos del Casco Antiguo se le ocurrió incluso solicitar a última hora el indulto, una opción poco creíble, pues de haber sido viable no hubiese esperado a la víspera del inicio de las obras. Ha quedado como gesto inservible. Ahora que el edificio ya está desmochado, todos callan, porque lo que quedaría por dilucidar sería la responsabilidad de lo ocurrido. Quienes tomaron las decisiones juzgadas ocupan otros sillones alejados del campo de batalla, en ejércitos de los dos partidos mayoritarios, y como el dinero que costó y el que hay que invertir en desinvertir es público, su pérdida no quema en ningún bolsillo. No tienen nada que echarse en cara ni se buscan culpables porque los hay en los dos bandos. Ha sido un derribo mudo. Silencio al cubo.