El asunto --triste-- del Cubo no acaba de resolverse. Es posible que el ayuntamiento no tenga fondos para llevar a cabo el derribo ordenado por el Tribunal Superior de Justicia de Extremadura. O los tiene, pero los reserva para otros fines. Los informes de las instancias consultivas son cada vez más terminantes y explícitos. Y la Universidad, enemiga siempre de subir a la Alcazaba, excepción hecha de su decano de entonces y de una parte --sólo una-- de la facultad, ha hecho pocas declaraciones públicas y terminantes. Pero está claro que, careciendo de presupuesto, hará lo que le indiquen si ve cubiertas sus necesidades básicas. Da la impresión de que, en el fondo, nadie pone interés en buscar una solución. Intentan dejar pudrir el problema, verse obligados a cumplir una sentencia y no tener que asumir la responsabilidad, como nadie asumió el verdadero origen del conflicto. Alguien sabrá por qué las cosas se hicieron así, pero, en la actualidad, tanto regateo nos cuesta dinero a todos.

Y, mientras, el viejo hospital de San Sebastián languidece vacío. Ya no será parador de turismo. ¿Nadie es capaz de negociar con la diputación, su propietaria, una cesión temporal para albergar allí a la parte de la facultad afectada por el derribo del cubo en tanto concluyen los trabajos? No propongo un traslado definitivo --al menos ahora--, sólo por un plazo tasado. Ya sé que para la institución universitaria eso es incómodo. Pero quizás no tanto como la perenne incertidumbre sobre su futuro en función de los plazos fijados por los tribunales. A lo mejor ese traslado temporal es una solución si, en contra de lo habitual, las administraciones de distinto color son capaces de ponerse de acuerdo en algo sensato. A pesar de todo, perdónenme, soy pesimista. Tengo la impresión de que tanto marear la perdiz se debe sólo a un hecho: el ayuntamiento pretende ganar tiempo. Llegar a las elecciones municipales y dejarle el marrón a la siguiente corporación. Si es de otro color, como castigo por ganarlas. Si es del mismo, porque los responsables podrán poner cara de inocencia y, tomen el rumbo que tomen, echarle la culpa a los anteriores, quienes, a su vez, ya no estarán en el mismo sitio y también se lavarán las manos. Eso hicieron sus predecesores. ¡Quién venga detrás que arree! Si se exigieran responsabilidades a los cesantes a lo mejor no se repetirían felonías como ésta.