He sacado los viejos archivos y revisado lo que contamos en la radio el último día del año noventa y nueve y el primer día del dos mil. Ha transcurrido una década. Se esperaba que ese año terminaran las obras del aparcamiento de Montesinos y del edificio en la plaza Alta que hoy alberga la UNED. Se terminaron, pero en cambio no se solucionó otro asunto del que se hablaba: la limpieza de la ciudad.

Ese fin de año, el que unió dos milenios, el ayuntamiento instaló en la plaza de San Juan una iluminación especial y proyectores de luces y de humo. Fue la recuperación de una tradición perdida, la de tomar las uvas con las campanadas del reloj del ayuntamiento. Había expectación ante las doce campanadas que harían saltar los sistemas informáticos y, ante un nuevo siglo que se nos abría pleno de posibilidades viajando veloces en el AVE.

"Corredor de altas prestaciones" decía entonces el delegado del Gobierno; un tren como el de Sevilla, insistía el presidente de la Junta. Diez años después ya no hablamos de si son galgos o podencos --algo es algo-- pero la alta velocidad se encuentra aún lejos. Da la impresión de que vivimos en un tiempo permanentemente aturrullado, como cuando al hablar nos salen los pensamientos a borbotones impidiendo una correcta expresión. Tan grande es la necesidad electoral de ver llegar el veloz tren a esta tierra, que se les aturrullan los tiempos, no articulan bien y dicen lo que no es. En 2010, anunciaron hace casi siete años. Ya entonces se veía que era precipitado, que era un hablar por hablar. Ahora es en 2013; luego, vaya usted a saber.

Hace diez años estaba yo en la verde edad madura, ahora el color se acerca al del momento del desprendimiento del peciolo. Luego caeré. Libre de ataduras, quizás, efectúe mi primer viaje en el AVE.

Mientras espero, quiero hacerlo, al menos, en una ciudad limpia.