En la muerte de Delibes , hemos comprobado varias curiosidades: la legión de lectores que le han salido y que jamás abrieron las páginas de ninguno de sus libros, la inusitada defensa de un castellano por quienes precisamente lo ponen a diario en peligro (aparte del experto hablando de la fauna arbórea en el Guadiana o del avezado periodista informándonos de la machada que esperaba alcanzar el Cerro en Oviedo) o la excusa de Los santos inocentes para apropiarse de un discurso que ni les roza.

La Extremadura que retrató Delibes hace ya mucho tiempo que desapareció pero siguen existiendo parias y prebostes, pobres y ricos, servidumbre y señoritos. Existen y siguen siendo los mismos. Muchos camisas azules de entonces, se quitaron la camisa y hoy nos gobiernan. El pijorojo, el señoritismo progre y los nuevos ricos han ocupado los cortijos y han aprendido, con disciplina y desparpajo, a dar órdenes, a recortar sueldos, a abusar de la autoridad y a mirar por encima de hombro. No hay más ideología que tener o no tener dinero. Propiedades, pisos, apartamentos, coches, fincas-unos tienen y otros no. Tienen para seguir teniendo, para ir a los mejores médicos, para que sus hijos estudien con tarjeta de crédito, para tener aficiones sólo al alcance de los ricos y para, más tarde, fustigarnos con la coartada ideológica que sólo convence a su entorno. Frente a ellos, los que mandan a los hijos a la Universidad con beca, los que jamás tendrán un accidente cazando y los que van al médico del seguro, los hijos de Paco el Bajo, aquellos que tenían que esperar a que el nieto de la marquesa hiciera la primera comunión para recibir una propina.

Verles pasar por la vida, pronunciado homilías políticas, sentando cátedra, diciéndonos a los demás lo que tenemos y no tenemos que hacer, lo que está y no está bien, empieza a ser tan divertido como hasta hace poco fue ridículo. Los santos inocentes de hoy somos los que tenemos que aguantar un sistema donde se privilegia a una casta de políticos que sólo ponen empeño cuando se trata de guardar sus espaldas y su futuro y que siempre son respaldados por otra casta, la de los artistas, que suelen representar a la perfección sus papeles de reaccionarios.