TLta demagogia es el feo arte de apelar a las emociones para lograr el favor popular. Se asocia el término a las prácticas políticas, lo cual no deja de ser injusto por la afición a desarrollar semejante conducta por todo tipo de individuos en su objetivo de alcanzar notoriedad. Una gran mayoría de los demagogos que no son políticos se afanan en la noble búsqueda del título de tontos contemporáneos puesto que, sin saber nada sobre la demagogia como concepto, saben enardecer a las masas con falacias, manipulación del lenguaje, omisiones, tácticas de despiste, estadísticas fuera de contexto, falsos dilemas y, por supuesto, la demonización del contrario. Ya hay demagogos por todas partes: en la sociedad civil, en las columnas periodísticas, en las tertulias radiofónicas, en algún que otro púlpito, en las aulas, los mercados y las plazas públicas.

La pandemia es de tal envergadura que en Badajoz proliferan los demagogos, por ser generosos con la denominación. Gente que se cree en posesión de la verdad, que interpreta según sus intereses y que siempre exculpa a los suyos. Sorprende la exigencia por resolver el problema de los mercadillos junto con el rechazo frontal para solucionarlo por parte de representantes de asociaciones erigiéndose, sin legitimidad alguna, en representantes de barrios y apuntando maneras que nada tienen que ver con la tolerancia, la generosidad y la solidaridad. Sorprende la presencia de supuestos representantes de padres (y madres) que, sin tener ya edad para tener hijos en el colegio, ocupan la poltrona y aplican la sempiterna carga ideológica a un problema coyuntural de terrenos (que igual acaba en la vía judicial) y cargan contra una institución, el ayuntamiento, que es víctima, para salvar a otra, la Junta, que también lo es. Sorprende el inusitado (y, posiblemente justificado) apoyo gubernamental a una manifestación contra el maltrato animal y el mutis por el foro más la saca de excusas, justificaciones y argumentos de manual frente a la paliza retransmitida por televisión para toda España de un joven de un centro de internamiento a manos de sus cuidadores.

Sorprende, en fin, que la demagogia no sea delito y las pancartas aún sigan en manos de ricos de toda la vida y progres de nuevo cuño dando lecciones de ciudadanía.