Me educaron en el respeto a los que pensaban diferente. Me transmitieron que las guerras, las peleas y la sangre eran malas para todos, para los que perdían, pero también para los que ganaban, y que nunca se ganaba para siempre. Que las consecuencias de las batallas eran irreversibles, que había que buscar insistentemente la reconciliación, pero que las viejas heridas se abrían de nuevo muy fácilmente y nunca se cerraban del todo. Que había que establecerse unas reglas de convivencia y respetarlas. Cuando empecé a tener uso de razón emergía por todas partes el espíritu de la reconciliación que dio pie a la Transición y que nos ha permitido vivir los mejores años de la historia de España.

Tanta voluntad de concordia y consenso, tantos años de bonanza económica y mejora social, tanto evitar el conflicto, permitió que unas minorías aprovechasen sus posiciones y se hiciesen dueñas y señoras de instituciones públicas y privadas, sin respetar las reglas de juego. Como el progreso era evidente, se consolidaron situaciones que si durante un tiempo pudieron ser asumidas e incluso aceptadas socialmente, hoy son inadmisibles, y ya insostenibles.

La desconfianza se ha generalizado, se ha perdido el respeto a las élites y a sus reglas. Ir contra lo establecido y las élites se ha convertido en un valor en sí mismo, por muy vacío e inconsistente que sea el ataque y más las propuestas. Nos invade el conflicto, el insulto, la falta de respeto y educación, la mentira y la mediocridad.

Toda la energía se gasta en ir contra otros o proteger los propios intereses y valores. Lo estamos viendo en las instituciones, en los partidos políticos, en las asociaciones, en las familias y amigos, y hasta en las ONG. Somos incapaces de resolver las diferencias dialogando, todo se judicializa.

Probablemente ha sido necesaria esta etapa de crispación, pero no creo que la sociedad pueda aguantar mucho más. Ha llegado la hora de colaborar y cooperar para sacar los problemas adelante. Ha llegado la hora de ponernos a trabajar conjuntamente creando un horizonte ilusionante. Hay demasiada crispación y eso absorbe toda la energía.