En los últimos días asisto atónita a la desinformación, es decir, a las informaciones erróneas que de manera intencionada se están transmitiendo, principalmente por redes sociales, sobre lo que está sucediendo en Cataluña.

El papel que están jugando las redes sociales en este «conflicto» está siendo crucial. Y no solo como correa de transmisión de mensajes para coordinar determinadas acciones entre los independentistas, como vamos conociendo poco a poco; sino también como herramienta para provocar una alarmante desinformación entre la población de medio mundo. Porque ese es el poder real de internet y las redes sociales: la capacidad de universalizar un mensaje de manera inmediata.

Estoy pensando, por ejemplo, en los casos de supuesta violencia que se han dado en la jornada del 1-O. Imágenes que dieron la vuelta al mundo y que luego hemos sabido que no eran ciertas. Porque es verdad que las mentiras tienen la patas muy cortas. Pero el impacto informativo que se produce, ya sea de datos o con imágenes, no tengo claro hasta que punto se puede borrar. ¡Vamos! el «miente que algo queda» de toda la vida, pero multiplicado de manera exponencial.

Y es muy preocupante. Lo estamos viendo. Una situación tan delicada como la de Cataluña puede adquirir una dimensión radicalmente distinta solo con ver a una señora con la cara ensangrentada. Aunque luego se desmienta. Pero ni el desmentido llegamos ya a creernos. Realmente desconcertante.

Creo que habrá un antes y un después en la credibilidad y el uso de las redes sociales.

Y todo esto viene a cuento después de escuchar ayer en la radio, uno de los llamados ahora ‘Medios tradicionales’, a un conocido periodista dando una información, por supuesto sobre Cataluña, aunque no recuerdo cúal. Sí recuerdo que supe que fuente sería buena y que el periodista no se atrevería a dar una información no contrastada. Pues eso.