Cuando concluyeron las negociaciones entre Abd al-Rahman al-Yilliqi y el emir Abd Allah, el príncipe omeya aceptó la fundación de Batalyaws como un hecho consumado y concedió al rebelde una serie de privilegios que poseían un alto valor simbólico. Uno de ellos, quizás el mayor, fue el de poseer una mezquita privada en la residencia que se había edificado -o se iba a edificar- en la parte alta de la nueva ciudad. Ya sabemos dónde. Para eso y para otras obras, que certificaban el carácter islámico de la población y su dependencia de Qurtuba, el soberano le envió obreros y dinero. Esa parte de la noticia transmitida por el tardío autor al-Himyari parece ser muy exacta y ajustarse a la realidad. Hacía muy pocos años que se había finalizado la primera ampliación de la mezquita mayor cordobesa, ordenada por Abd al-Rahman II. Esta parte del edificio era una prolongación del ya existente. Se levantó un “mihrab” completamente nuevo, con la misma orientación que el anterior. Sus restos se conservan en el subsuelo del actual templo. Sobresale por la cara externa de la antigua alquibla como una estructura rectangular. Quizás el interior fuera semicircular o semipoligonal. Así pues, el prototipo del ‘mihrab’ del oratorio privado batalyusí fue el de esa ampliación de la aljama omeya. Y, habida cuenta de que fueron obreros cordobeses quienes lo ejecutaron, no debe extrañar que, aun siendo de menor tamaño, su orientación fuera idéntica al de aquélla. Es decir, 154º. No se trataba solo de una casualidad, ni de una rareza constructiva. Era todo un síntoma de acatamiento político y religioso de los soberanos cordobeses. Hasta su exterior está señalado por una estructura rectangular; un contrafuerte, en este caso. Por dentro podía ser semicircular, porque entre 880 y 890, cuando se construyó, los nichos de oración con planta de rectángulo al interior eran rarísimos. Sólo propios de Mesopotamia e Irán. Y tengo por muy probable que alguno de los tres visigóticos de mármol que se conservan en la actual catedral de Badajoz, a pesar de ser tardoantiguos, cubrió el ‘mihrab’ ante el que rezaba, con cierta desorientación geográfica y clara dependencia jerárquica, el propio Ibn Marwan.