Nada, en apariencia, cambió en lo que se refiere a la orientación de las mezquitas andalusíes entre finales del siglo X y mediados del XII. Hasta la aparición del movimiento almohade. Es sabido que, aun siendo sunníes, los seguidores del Mahdi Ibn Tumart practicaban un muy estricto islam y poseían una peculiar organización interna, de tradición beréber. Dieron muestras desde sus comienzos, o eso contaron sus defensores, de un semejante rigor arquitectónico. Especialmente en lo decorativo. Narra algún autor que, cuando conquistaron la ciudad de Fez, sus habitantes se apresuraron a eliminar la profusa decoración añadida a su mezquita principal, la de al-Qarawiyyin, por sus antecesores y adversarios, los almorávides. Carecemos de constancia arqueológica del suceso.

En 1148, los almohades se apoderaron definitivamente de al-Andalus y el primer califa de la dinastía, Abd al-Mu’min, obligó a todos los reyezuelos locales a acudir a Salé para rendirle homenaje. También el de Batalyaws pasó por el trago. Sin embargo, no parece que desde el primer momento comenzaran a adoptarse medidas de carácter arquitectónico. Incluso, el mismo califa ordenó levantar en Tinmal, al sur de Marraqués, una mezquita que, por tratarse del panteón del Fundador y de sus sucesores, habría de convertirse en el santuario más sagrado del movimiento. Pues bien, se orientó como la aljama de Qurtuba. Y eso a pesar de la peculiar deriva de ésta. Y, además, en el marco de la gran operación urbanística que emprendió en aquella capital marroquí, erigió una nueva y magnífica mezquita, despreciando la levantada por los almorávides al otro lado de la ciudad. Es la conocida como Kutubiya (= de los Libreros). También este nuevo edificio tenía la alquibla a la vieja usanza cordobesa. Y todo resulta más extraño habida cuenta de la actitud estricta del movimiento. ¿Qué pasaba mientras en Batalyaws? Una inesperada respuesta la encontramos al sacar a la luz la mezquita del alcázar, dentro de la Alcazaba. No me estoy refiriendo sólo al proceso arquitectónico, también al político y, en última instancia, al religioso. Porque en estas cuestiones y de modo muy muy especial en el islam medieval una cosa llevaba a la otra.