TSti la famosa serie de televisión "Dallas", en la que un corrupto J. R. practicaba a su antojo la sinvergonzonería, dio luego lugar luego a la no menos famosa serie "Dinastía", en la que los cachorros de aquél heredaban lo peor de su padre, en España la serie originaria, todavía en cartel, se puede llamar "Madrid", o "Galicia", o "Valencia", o "Mallorca", o "Murcia", o "Canarias", o "Andalucía", o "Cataluña", pero el remake sigue siendo el mismo, "Dinastía", y la temática, idéntica.

Los políticos y los empresarios que han practicado y practican la corrupción, el enchufismo para sus parientes y descendientes, el atraco con guante blanco al erario público y el butrón permanente al dinero de todos los españoles, no son solo ellos ni por una sola vez. En ese caso, la corrupción ocasional de éste o de aquél político o empresario, que no se pudo controlar cuando el río de dinero pasaba delante de sus ojos, o cuando el corruptor llamaba a su puerta, todavía sería en cierto modo comprensible. El débil cayó en la tentación esa vez y nada más. Pero estamos viendo que no solo los corruptos se instalaron por décadas en el latrocinio, sino que han transmitido esa aptitud a su progenie, generando sagas admirablemente expertas en meter la mano en el bolsillo ajeno, linajes especializados en exprimirnos a todos hasta la última gota, dinastías de canallas todos ellos titulados MBA, es decir, Maestros en Birlar y Atracar.

"Dallas", tras su última adaptación peninsular, puede titularse ahora "Barcelona", donde J. R. ha pasado a ser J. P. Y la dinastía está asegurada en la continuidad del pujolismo, --más bien pufolismo-- que se ve que no solo era una corriente política sino también, y sobre todo, una máquina de hacer dinero. Pero si cambian ustedes de plató, buscan exteriores en cualquier otro lugar de España y realizan el cásting en la región o en la ciudad que mejor les parezca, verán que las "Dallas" se multiplican sin tregua y las "Dinastías" también, con linajes de defraudadores y de ladrones cuyos apellidos todos conocemos, cuya prodigiosa habilidad se ha transmitido de los padres a los hijos, e incluso a los nietos, de modo que, con un origen en muchos casos modesto, les ha bastado una generación para enriquecerse exponencialmente, sin que sus fortunas y sus ingresos declarados tengan proporción ninguna. Y lo más gordo es que no pasa nada.