En Arqueología, en casi todo lo humano, la reflexión sobre ejemplos aislados puede hacer que lleguemos a descubrir lo impensado. No me quiero poner filosófico, pero todo esto se me viene a las entendederas cuando pienso en el tortuoso camino que me llevó de las murallas de la Alcazaba a las de Constantinopla, pasando por las de Toledo. Esa senda forma parte importante de mi carrera como investigador de la poliorcética medieval. La relación entre las defensas medievales de las dos capitales españolas es poca. Mucho más homogéneas las de la nuestra, pero, también, mucho menos sofisticadas.

Las necesidades defensivas suelen estar de acuerdo con la categoría del enemigo. O así debiera ser. Y quienes intentaron apoderarse de la Alcazaba no andaban sobrados de tecnología. Figúrense. Entre los siglos IX y XII, se amplió el recinto, pero no se incorporaron novedades técnicas dignas de mencionarse. Todo era una sucesión de lienzos y torres, sin dispositivos de defensa vertical. Lo más destacado son las albarranas, aparecidas aquí en el siglo XII y, en Siria -en lo bizantino-, ya en el X. Toledo es otra cosa. Cuando la conquistaron los árabes ya debía estar ceñida por un buen recinto, para completar unas condiciones físicas extraordinarias. Los conquistadores mejoraron el conjunto, especialmente el califa Abd al-Rahman III. La clave era el puente sobre el Tajo. Como en Mérida, sobre el Guadiana. En ambos casos era el punto clave para defender ambos núcleos urbanos. Pero lo más importante de los dispositivos toledanos hubo de edificarse a partir de 1085. Cuando la plaza pasó a manos leonesas y se convirtió en el rompeolas de la Corona de Castilla. Año tras año las columnas árabes intentaron superar sus muros o derribar sus torres. No lo consiguieron, aunque anduvieron cerca. Aquí es a donde yo iba. A la reflexión sobre los muros de Badajoz y sobre los de Toledo, que hube de estudiar después y simultáneamente. Acabé por darme cuenta de que las fórmulas para construir las murallas de una y de otra no eran locales. La calidad del enemigo no era mucha. Se basaba en el número, no en el I+D medievales. Había que buscar en otra parte. Y por eso acabé en Constantinopla, que hoy es Estambul.