Lo mejor del divorcio es que las mujeres que me presentan no conocen mis manías, y dada la edad que tengo, para cuando se den cuenta de como soy, ya no habrá remedio», «Lo mejor de los comienzos es que ellas piensan que soy terriblemente ingenioso, admiran mis libros, que les parecen dignos del nobel y les sorprende que mi ex mujer no detectara que mis neurosis autodestructivas solo eran brillantes ejercicios intelectuales». Pero dejando a un lado frases ocurrentes, todos los eneros se repiten idénticas consultas. Acuden al despacho en busca de ayuda, a vomitar rencor, o a deshacer los nudos de sus músculos donde ha anidado el miedo a la soledad. Dan rienda suelta al llanto dominado mientras esperaban en la cola del supermercado, por creer reconocer su espalda. Otros van cuando la crisis ha azotado, como un tsunami; y aunque no tendrían ninguna duda en levantarse, ayudarse, por un desastre natural, ni se plantean batallar cuando se trata de salvar su relación. Los más jóvenes lo dan por zanjado tras una pizca de esfuerzo, un poco de psicólogo, un breve viaje solos. Aderezado por conversaciones con amigos que, sin herramientas, se convierten, sin querer, en generadores de consejos erróneos, en cerilla que aviva el fuego: recetas emitidas desde valores propios, modos particulares de entender el amor, tan distintos a los del vecino, igual que un mismo perfume huele diferente en cada piel: A uno le enamora y a otro le da náuseas. Hay quienes necesitan oir que hay solución y te piden mediar, sentarlos uno al lado del otro, enseñarles a hablar, a mirarse de nuevo. Andan por ahí felices, esos que me sonríen al cruzarnos las miradas, que supieron amar con generosidad y reconstruyeron su futuro. Y los hay que buscan sentarse también juntos, no para recuperar lo que ya es tarde para recomponer, pero sí para pactar, para seguir queriéndose de otra manera, mejor, desde distintas casas, incluso con diferentes parejas, para seguir siendo cómplices, los mejores padres, deseándose, con el corazón en la mano, un buen camino o, como diría María Dolores Pradera, una nueva vida en la «que les vaya bonito».