Voici le Primptemps, decía Baudelaire. «Como largos ecos que de lejos se confunden. Los perfumes, los colores y los sonidos se responden». El olor a barro caliente sube desde el suelo. Guiña mis ojos la luz amarilla. Cítrica. Intuye el azahar escondido en los brotes de los naranjos del camino. Un tesoro de aceites, ungüentos preciosos se gestan esperando Abril para explotar. Se desliza por el hombro la rebeca de algodón, deseosa de que la piel sea por fin rozada por el sol. Sus labios tímidos sin esfuerzo sonrojan, aun sin posarse, como un soplo casual. El frío níveo de Nueva York, elegante, sinuoso como un vestido de satén, resbala hasta los pies mudado en otra languidez. La de las horas tibias que ronronean extasiadas, ante los iris y las calas junto al estanque. Qué placer hundir los dedos en la tierra removida y aspirar su perfume fértil. La infancia recobrada en un instante. Mezclar arena con la arcilla y depositar un pequeño presente en el hueco vaciado con la cuenca de la mano: bulbos de azucenas y de dalias crecerán en unos meses. Deshacer los sacos de abono en el alcorque del melocotonero que nació de un hueso olvidado, en el de las perfumadas higueras, que prometen sombras frescas y dulcísimos frutos, y en el del almendro que saluda mi despertar cuando abro la ventana aireando las sábanas. El limonero observa mi silueta, mi sed mañanera, el café adormilado, y el trajinar rápido buscando las llaves, las gafas de cerca resignadas a acompañarme ya cada día. Busco el abrigo de las paredes, aun húmedas, para alinear los tiestos donde vuelven a brotar la yerbabuena, el cebollino y la salvia. Y, sin embargo, persiguiendo el solecito, los geranios y las petunias se descuelgan; se abren sin aviso. Una copa de vino frío alivia el esfuerzo, los músculos se distienden en un dolor placentero porque los brazos no alcanzan a enredar la parra, que un día cobijará nuestros veranos. Percibo el silencio apenas roto por una radio distante. Me siento bajo el cañizo y absorbo está confusión de sentidos que traspasan la ropa, relajan gestos, acomodan mi alma, dócil, dispuesta a dejarse llevar por este tiempo de largos ecos que se despereza acunándonos.