Un domingo cualquiera en Badajoz puede acabar no siendo un domingo cualquiera. Porque la ciudad está viva y hay alternativas a la parcela, la competición o el sofá. Leer la prensa, un buen libro, la ley que regula la reforma laboral o la sentencia del Estatuto de Cataluña (cada uno hace con su tiempo lo que le da la gana), sentarse en la avenida de Huelva, echar unas cañas (de pescar o de las otras) o pegar unos tiros, dar un salto comercial a Alcochete o arriesgarse a la comida familiar, son opciones con ciertas garantías de éxito.

Pero, a veces, ocurren imprevistos. Algo diferente. Uno se levanta temprano, sale a la calle y tiene el día por delante con un amplio abanico de posibilidades. Desde el mercadillo en Suerte de Saavedra, para descubrir que el tiempo de aquella ubicación ya pasó, hasta una feria en Ifeba, donde se constata que, en Badajoz, el saber hacer no es una excepción. Desde una actividad en el Guadiana, que sólo molesta a quienes nunca movieron un dedo para defender a un río de un proyecto duro como el de la margen izquierda, hasta un tranquilo desayuno en la calle Zapatería donde, entre churros y chocolate, se mezcla esa bendita fauna urbana donde conviven en armonía los que se acaban de levantar con los que aún ni se acostaron. Desde el paseo sin aspiraciones, donde se observa la puerta de la catedral tras el paso de una o varias bodas, con su reguero de arroces variados, serpentinas y sucios pétalos de rosa, al camión de la basura pasando por la calle del Obispo junto a cinco bolsas de residuos, o un macetón de San Juan al que un espabilado le ha robado la palmera, hasta la lista de obligaciones, entre las que lavar el coche siempre está a la cazabera.

Es la cultura del domingo. Puedes asistir a misa o quedarte en la cama. Puedes andar hasta la frontera o intentar recogerte, sin mucha voluntad, antes de las once de la mañana. Madrugar o languidecer durante todo el día. Es la cultura de la calle. Disfrutar del paseo, de la gente, de la actividad.

Luego están los cantamañanas, los pontífices de todo a cien, esos charlatanes de barraca que intentan sentar cátedra con discursos siempre a la contra. Los domingos para ellos son recuerdos de sacristía, olores a naftalina, reminiscencias de otros tiempos que, de tanto nombrar, parecen echar de menos.