Nos fastidiaron más de la mitad del concierto. Fuimos el viernes a la terraza del López de Ayala. Actuaba Gene y su grupo. Nos gustan mucho y ya a mediodía teníamos las entradas. La terraza es además un lugar realmente agradable. Con una temperatura varios grados más baja que a nivel de calle, puedes disfrutar de un espectáculo mientras tomas una copa y picas algo. Contentos, recién duchados, nos dispusimos a iniciar relajadamente el fin de semana. Sentados en una de las mesas laterales, en lo que podríamos llamar palcos, esperamos el inicio de la actuación.

El espacio quedó en penumbra, se iluminó el escenario, el público aplaudió y la música, buena música, llenó la noche. Silencio absoluto de una concurrencia entregada. Todo perfecto hasta que llegaron dos parejas que se sentaron en el palco contiguo al nuestro. Se acabó.

Las dos mujeres no paraban de hablar ni un solo instante. La incomodidad fue sustituyendo a la relajación. Eran dos cotorras que consiguieron irritarme. Daba la impresión de que ni para respirar hacían una pausa. Nos estaban molestando con el sonido de sus voces que se hacían más estridentes cuando la música se alzaba. No les importaba el cantante, ni los músicos, ni los espectadores. Parloteaban incesantemente sin educación ni respeto. No comprendía qué era eso tan importante que tenían que decirse y por qué no habrían quedado en otro lugar para contárselo. Preguntas retóricas producto del creciente enfado. Lo que hablaban era seguro que carecía del interés más mínimo y, desde luego, no tenía la urgencia que hubiera justificado tal comportamiento.

Tuvimos que cambiarnos de sitio. La actuación terminó, se encendieron las luces, se marcharon. Seguían hablando.

A la salida pude haberles recriminado su actitud pero pensé que no valía la pena. Solo eran dos cotorras sin conocimiento que aquella noche se me posaron al lado.