La semana pasada entré en una pastelería donde cuatro personas esperaban su turno mientras la dependienta despachaba a uno de ellos. Saludé y di las buenas tardes, pero nadie contestó, ni siquiera se volvieron a mirar. No me han oido, pensé. Al minuto entró otra mujer, que no desentonó nada con el grupo, porque ésta tampoco abrió su boca. Después de un buen rato esperando, porque la dependienta además de parecer muda, como sus clientes, era lenta, me fui de allí reflexionando sobre la gente de Badajoz.

No sé si la falta de educación y la antipatía son cosas que se contagian como la varicela o son cualidades que se exigen para trabajar en determinados sitios, lo que sí sé es que están cada vez más extendidas en la población pacense, ajena a esta ciudad transfronteriza, referente del suroeste peninsular, sede de la futura plataforma logística y paso del tan nombrado AVE, que tiene que estar al caer.

Que esta ciudad mejore no es solo cosa de los políticos, sino de todos los que vivimos en ella y gritamos al hablar, tiramos los papeles al suelo, no respetamos los turnos y nos creemos más listos que nadie al volante. Solo parecemos estupendos en Carnaval.