Atrás quedaron esas campañas electorales de carteles, mitines y voces estridentes saliendo de coches con equipos de megafonía que recorrían una y otra vez las calles. Esos rudimentarios sistemas dieron paso a sofisticadas y carísimas campañas y estrategias electorales, algunas muy mal intencionadas, para entrar, no en la casa de los electores, sino en la mente de estos. Ahora, las campañas se diseñan un año antes y los mensajes van calando poco a poco y día a día en el ciudadano, de forma casi inapreciable, mientras ven una película, conducen el coche, toman un café en el bar o asisten a la presentación de un libro. Las campañas duran casi un año, de hecho, desde que hace un par de semanas fueron presentados los candidatos de las distintas formaciones políticas que concurrirán a las elecciones de mayo, estamos en campaña.

Hay que asumir que los tiempos cambian y no está mal utilizar los nuevos medios, lo que sí está mal es basar la estrategia en mentiras y medias verdades. Los partidos y la clase política deberían mostrar un mayor respeto al pueblo, no saben que, aún, puede sorprenderles rebelándose una vez más contra la mentira, como hizo en el pasado.