Don García de Silva no llevó a buen puerto la misión que se le había encomendado. Quizás el Shá desconfiaba de la Corona Española -de Felipe III- porque sus intereses expansivos en el Índico chocaban con los comerciales de Portugal, parte por entonces de la monarquía filipina. O, quizás, su porte de caballero castellano, grave y altanero, no concordaba con la cortesía iraní, refinada y sinuosa. Su apariencia causó no pocas risas en la corte persa -era mayor y estaba desdentado-, porque no era capaz de apreciar las delicias con las que la cortesía local trató de deleitarlo. La embajada fracasó y hubo de emprender un regreso tan largo como fabuloso, sólo perturbado por la mala voluntad de las autoridades portuguesas en los enclaves costeros de la India. Y por su propio fallecimiento. Sin embargo, visto con perspectiva, el periplo tuvo una gran importancia para el orientalismo europeo. Antes de quedar sepultado en el Atlántico escribió un cuidadoso relato de sus experiencias, que se difundió rápidamente. Supuso un gran avance para el conocimiento del Irán del momento. De sus ciudades, de la corte imperial, de sus monumentos e, incluso, de sus minorías religiosas y étnicas. Visitó las ruinas de Persépolis, la antigua capital de los aqueménidas, y reconoció como escritura los caracteres cuneiformes que pudo estudiar allí. Su curiosidad -y sus posibilidades económicas- le llevaron a hacer dibujar algunas de las antigüedades que contempló. Se hizo con una importante colección de ellas. Quizás de las primeras, si no la primera, de las europeas dedicadas al Antiguo Oriente.

La obra de Figueroa carece de una edición moderna y anotada, lo que no debe ser muy difícil con los conocimientos actuales. La más cuidadosa es de 1903. De ahí que la vida y la obra de este extremeño no hayan gozado de la popularidad que merecían, fuera de Zafra. Falta haría que se difundiera con algo más de empeño. Se está desperdiciando un capital cultural legítimamente regional y nacional. Estamos privando al común de conocer aquellos mundos raros que se encuentran en el origen de la arqueología y de la etnología europeas. No todo lo descubrieron los otros ni el interés español se fijó solo en América.