TEtsto de la defensa del Patrimonio Histórico a veces resulta complicado. Siempre está bien luchar por su conservación, porque se trata del testimonio material de nuestra memoria como sociedad, pero no es lo mismo defender la permanencia de un acueducto romano, por poner un ejemplo, que de un edificio de comienzos del siglo XX, aunque lo parezca. Con frecuencia las fronteras de los razonamientos, cuando tienen categoría de tales, se vuelven difusas, se desdibujan. Sobre todo cuando se habla de entornos. No es raro confundir la defensa de los propios recuerdos --que es un intento de retrasar la muerte-- con la defensa de la memoria colectiva.

Estas sesudas reflexiones, creo, me vinieron a la cabeza hace unos días pasando por la plaza de la Soledad. Se ha protestado por el proyecto de ampliar el Museo Provincial de Bellas Artes, argumentando que rompía, desvirtuaba el entorno. Pues bien, la otra tarde yo quise saber cuál era ese entorno y me quedé perplejo. Con la única excepción, quizás, de la plaza de España, la de la Soledad es el espacio urbano del Casco Antiguo de Badajoz con mayor cifra de edificios con estilo diferente.

Vayan y compruébenlo. Ni una fachada igual y todas --pero, todas-- rompiendo con el entorno de una ciudad teórica de fachadas muy lineales, pocos vanos y cierto aire castrense y colonial. Y eso completado por neopaneles de azulejos historicistas, cafés modernillos y ese monumento --merecido por encima de todo-- al maestro Porrinas , que es tan ninot , o más, que el de Godoy , con sus cebollas --¿o son naranjas?-- y todo.

Fíjense. Según mi punto de vista y habida cuenta de la susodicha diversidad arquitectónica, creo que la ampliación del museo, se compre o no ese enorme y gracioso pastiche que es La Giralda --que también-- debiera ser rabiosamente diferente. Rompedor. Porque la auténtica característica de esa zona es justo que el entorno, si lo entendemos como algo homogéneo, es un antientorno. Yo le pediría a la diputación que retirara el proyecto. Por conservador. Cuando más irreverente mejor --no hablo, no confundamos, de la Soledad--. Esa es la tónica de la plaza y eso, precisamente eso, es lo que le da gracia al conjunto. Lo demás es elevar la percepción estética de un grupo, respetable pero alcanforado, a la categoría de canon de uso y validez generales. Vamos, el triunfo del kitsch .