El programa Erasmus, que ahora cumple treinta años, y que está instalado en nuestras vidas hasta el punto de que más de cinco millones de estudiantes españoles, unos diez mil extremeños, han participado de su estrategia, sigue fiel a su filosofía: cambiando vidas, abriendo mentes. La posibilidad de viajar, de conocer otras culturas, otros sistemas de enseñanza, otros idiomas y otras personas con perspectivas diferentes sobre el mundo, la vida, el trabajo o el futuro es una de esas oportunidades que no deben perderse por lo que aporta de enriquecimiento individual e intelectual. Habrá quienes crean que esto solo sirve para que los estudiantes se pasen el año de sus vidas en sus destinos erasmus pero quienes tienen más altura de miras, afortunadamente la mayoría, saben que el mero hecho de viajar es una de las asignaturas más importantes donde el examen consiste en superarla y superarse a sí mismo frente a los conflictos que puedan surgir fuera de la zona de confort. Conocer otro país más allá de los circuitos turísticos entraña dificultades y agradables sorpresas que suman en el proceso de aprendizaje y crecimiento personal y profesional. A mí me llegó tarde como estudiante pero he conocido a decenas que en los últimos lustros se han instalado por toda Europa en una experiencia de vida y académica que no olvidarán jamás. Sin embargo, Erasmus permite que los profesores también realicen visitas docentes, algo más cortas que todo un curso, pero casi igual de intensas que las de los alumnos y con la posibilidad de poder impartir docencia y conocer cómo funcionan otras universidades. Ahí sí, ahí puedo hablar con conocimiento de causa tras haber pasado por las universidades de Bolonia (aquellas aulas magnas hasta los topes de alumnos italianos), Aveiro (la complicidad portuguesa), Dijon (estudiantes tan apreciablemente interesados), Lodz (Polonia tan lejos, tan cerca), Nantes (la conexión española y con la Uex de forma tan productiva), Trier (cuando encuentras clases enteras de estudiantes alemanes que entienden perfectamente el español), Reikiavik (una universidad peculiar en medio de un frío atroz) y Galway (todo tan perfecto). Erasmus reduce sus presupuestos pero jamás debería olvidar un programa que da tanto incluso fuera de las aulas.