Arqueólogo

Hace días que quería hablar de la estatua de Ibn Marwan, el fundador de la ciudad, porque el asunto merece algún comentario. Sin embargo, tengo noticia, pues no he estado estos días en Badajoz, de una carta de desaprobación o, quizás, de protesta, de una asociación islámica, en nombre de no se qué cuestiones doctrinales.

Lo que, verdaderamente, me da un poco de miedo, aunque la maqueta que he visto parece no incurrir en tópicos historicistas, es la propia hechura de la imagen que representará al fundador.

La verdad es que habría sido un horror tocar al muladí con turbante y armarlo con cimitarra, como es usual al retratar a los árabes históricos.

Lo cierto es que ni éstos llevaban turbante, y menos por entonces, ni la cimitarra fue arma empleada por los conquistadores musulmanes. Los guerreros omeyas llevaban espadas rectas.

Yo habría sido partidario de dedicarle al Lusitano un monumento no figurativo, al modo que se hizo en Madrid en el parque dedicado a Muhammad I, emir que también fundó la hoy capital de España.

Se dio su nombre a un parque emplazado junto al único resto conservado de la muralla andalusí y se colocó un arco o mihrab como el de las mezquitas mirando a La Meca. Así se permitía que cualquier musulmán pudiera rezar allí, si lo deseaba. Claro que la idea se debió al profesor Tierno Galván.

En cualquier caso, no es tarde para dedicar el parque de la alcazaba a Abd al-Rahman ibn Marwan y emplazar allí, en lo que fue su morada, la estatua. ¿Me hará caso el Ayuntamiento?

Digamos, antes de pasar a mayores, que nuestro fundador en realidad fue coprotagonista del suceso. Badajoz nació por un acuerdo entre el emir de Córdoba y el caudillo garbí.

Lo cierto es que sin la voluntad de uno y la autorización del otro, la ciudad de Badajoz no hubiera sido posible. Fue una entente, si no cordial, si inteligente.