TLta línea que separa conceptos tan importantes como la libertad y la seguridad es en muchas ocasiones tan difusa, que llega a confundirse. Lo saben muy bien quienes se encargan de protegernos y a la vez respetar nuestros derechos como ciudadanos. De ahí que no puedan hacer nada ante situaciones tan penosas, como por ejemplo, la mendicidad que viven decenas de personas en la ciudad.

La problemática de estos hombres, mujeres e incluso niños que viven en las calles, son muy distintas, pero si cabe la más delirante es aquella en las que el ser humano sufre un desequilibrio mental que les lleva a ser inconscientes de sus propios actos, poniendo, incluso, en peligro su vida.

Debe ser esta última circunstancia la que ha llevado a un hombre a vivir, desde hace más de dos meses, en un metro cuadrado de suelo a la intemperie muy cerca de la estación de autobuses.

Lo veo diariamente cuando voy al trabajo o regreso a casa. Es alto, de mediana edad y dicen los vecinos de la zona que había tenido una alta graduación en el ejército. Probablemente su historia se haya convertido ya en leyenda, pero lo cierto es que tiene un porte distinto a otros vagabundos. No pide, no molesta. Sólo parece estar esperando.

Y así, con la misma ropa desde hace meses, apostado contra una pared, provisto de una manta y rodeado de algunos alimentos y enseres que le dan los vecinos, está pasando las noches más gélidas de los últimos años en Badajoz.

Me dicen que la policía ya se ha dirigido a él en varias ocasiones. Le informan de la existencia de centros e instituciones que en Badajoz pueden ofrecerle comida y un lugar para dormir. No pueden hacer más. Su actitud forma parte de su libertad.

Pero se podría ir más allá. Los servicios sociales tienen una gran labor por delante. Los psicólogos o los trabajadores sociales son quienes mejor pueden entender a estas personas. Debemos ofrecerles ayuda aunque no la pidan. Temo que algún día se canse de esperar.