Durante más de diez años vivió, con varias personas más, en los antiguos vestuarios del campo de fútbol José Pache, junto al cementerio de San Juan, donde tenía un cuarto para él. A cambio, se ocupaban del mantenimiento de las instalaciones. El club les facilitaba el agua y la luz. Pero después el campo dejó de utilizarse y su situación empeoró. Ya no había electricidad y tenían que abastecer con garrafas de agua. Además, los vestuarios comenzaron a agrietarse y temían que algún día se viniesen abajo con ellos dentro.

Es la historia de uno de los inquilinos del piso compartido para hombres del Instituto Municipal de Servicios Sociales (IMSS), en Villafranco del Guadiana. Este hombre, de 66 años y que prefiere preservar su identidad, solicitó una vivienda social, pero al no tener cargas familiares no tenía opciones, por lo que se puso en contacto con una asistenta social del ayuntamiento. Le ofreció ese recurso y aceptó. Convive con tres hombres más en esta vivienda desde el 23 de febrero. «Estoy muy contento y hasta he puesto kilos desde que estoy aquí», cuenta.

Es pensionista y sus ingresos apenas superan los 350 euros mensuales. Con este dinero es imposible «ni alquilar una habitación», lamenta. En esta casa ha encontrado un «techo digno, tranquilidad y nuevos amigos».

Asegura que la convivencia es «excelente», que se basa en el respeto y que se reparten las tareas. A su juicio, este recurso es «la mejor solución» para las personas que se encuentran en su situación, por lo que no duda en pedir a las administraciones que apuesten por este tipo de viviendas compartidas para dar respuesta a quienes están solos y no pueden afrontar los gastos de una casa