THtabía una vez un lugar donde unos tipos muy chulos lo pasaban divertidísimo quedándose con el dinero de otros. Eso sí, andaban parapetados ocultando sus rostros verdaderos y pareciendo simpáticos mientras hacían regalos a individuos bien colocados que resultaban ser tan granujas como ellos aunque fueran vestidos de concejales o directores o presidentes. Eran farsantes y se hicieron enormemente ricos. Erase también el país en el que un sujeto que administraba justicia se saltaba las leyes cuando le parecía bien y cazaba sin licencia fingiendo ignorar la geografía. Iba disfrazado de ministro así que ni siquiera pasaba vergüenza. Al contrario, se divertía a lo grande y saludaba desde el tendido, graciosillo él: farsante. Estaba además aquel que construía donde le daba la gana sin atender a normas y se quedaba tan feliz enmascarado en un traje de alcalde que alguien le cosió. Su señora le acompañaba a ritmo de tambor moviendo las caderas y cantando un emotivo cuplé sobre el acoso mediático que a la postre no resultaba tan bueno como los de los marwan o los dakipakasa: farsantes. Junto a ellos un grupo componía otra murga igualmente muy salerosa: Se llamaban los lusográfika y cantaban unas letrillas estupendas sobre apaños de terreno y de dineros. El coro lo hacían cuarenta y siete tíos no tan graciosos y para los solos colocaban a otro disfrazado de parlamentario salvador con cierta destreza para los numeritos musicales y las carnavaladas: farsantes.

(Irá la ciudad vestida de tambores paseando la farsa por la calle orgullosa y bufona. Ocultará su rutina provinciana en brillos de colores. Creerá que el carnaval es suyo y reivindicará la farsa-pero no, la farsa nos corresponde a todos. Aunque no te guste el carnaval; a pesar de que te aburran los ritmos murgueros y de que nunca pertenecerías a un grupo que se autodenominara chimixurri. Incluso si resides fuera de Badajoz. La farsa te pertenece. Mucho más que el carnaval, que, al fin y al cabo solo dura cuatro días.)