Arqueólogo

Las fiestas más conocidas de Badajoz, con ser interesantes, no constituyen en sí mismas ningún rasgo especial que diferencie a nuestra ciudad de otras tantas repartidas por el territorio de nuestra nación.

Semanas santas se celebran en muchos lugares y la de aquí, aspectos religiosos al margen, no destaca por nada ni puede medirse por sus rasgos distintivos con otras tantas celebraciones. Ni tiene el lujo desmedido y barroco de algunas andaluzas ni la calidad artística de otras castellanas. En modo alguno menosprecio sus méritos, sin duda debe tenerlos, pero nadie nos visita a propósito sólo por contemplar la Semana Santa de Badajoz.

De la feria de San Juan no hay mucho que decir. Es como otras. Ni más, ni menos. Siempre se me ha antojado que es una mala imitación de la feria de Sevilla, con el mismo tufillo señoritil y sin su abolengo. Y, además, en Badajoz, el emplazamiento cada vez está más lejano y, en la época de la globalización y con la oferta lúdica de la caja tonta, ofrece muy pocas novedades. Sólo a los muy pequeños. Y cada vez menos.

Y, finalmente, el Carnaval. Levanta pasiones la comparación, afortunada o no, con el Carnaval gaditano. No quisiera penetrar yo en aguas tan procelosas. Si el Carnaval de Badajoz posee una carácter especial y diferenciado, que no voy a negar por nada del mundo, debo reconocer mi incapacidad para distinguirlo.

En definitiva, ¿cuál es la fiesta que define la especificidad de Badajoz? Ninguna. Y, en esto, llega al-Mossasa.