Antes seguro que había muchos conductores que no tenían la menor idea de cómo era físicamente un radar fijo urbano, a pesar de todas las cruentas historias que pudieran haber escuchado sobre su existencia. Al menos yo, me lo imaginaba como una cámara semejante a las que existen en sucursales bancarias o parecido al radar móvil que utiliza la policía local y que consiste en una cámara adosada a un trípode colocado en una acera provisionalmente. Pero desde que funciona el cinemómetro fijo del puente Real en Badajoz, no se nos escapa uno. Todos sabemos perfectamente cómo es, qué tamaño tiene, de qué color y su altura y disposición. Podríamos dibujarlo con el Pictionary y el compañero de equipo acertaría a la primera.

El lunes pasado se instaló con diurnidad, alevosía y sin previo aviso una carcasa en la carretera de Circunvalación, exactamente igual a la colocada a finales de diciembre en el puente y que, desde que existe, ha propiciado que la mayoría de los vehículos que lo atraviesan no circulen por encima de los 50 kilómetros por hora y, sobre todo a horas punta, crucen el Guadiana en caravana, sin posibilidad de rebasar el límite permitido. Aunque quisiesen en un acto de rebeldía e imprudencia saltarse la limitación, no pueden, porque los dos carriles están ocupados por conductores temerosos de la voluntad de esta máquina temible que no acepta excusas ni perdona despistes.

Lo cierto es que el artefacto inmóvil da miedito. No acababa de instalarse el nuevo radar fijo en la que desde hace poco se denomina avenida Reina Sofía, cuando ya circulaban por las redes sociales imágenes de su flamante aspecto. Es gemelo del que existe en el puente Real y da repelús. Con esas dos ventanas que parecen conducir al vacío, tras las cuales alguien no solo observa sino que condena tu comportamiento. No hace falta que la Policía Local de Badajoz nos confirme que funciona o no. Su sola presencia resulta aterradora y ya cumple la función que justifica su existencia, pues por mucho que a todos nos duela el bolsillo, su loable misión es disuasoria y preventiva. El exceso de velocidad tiene consecuencias trágicas. Las ha tenido en el puente Real y también en Circunvalación. Se ha demostrado que la sola presencia de esta caja metálica sujeta con un palo al suelo es muy convincente. Seguro que más incluso que si hubiese un agente uniformado apostado en el mismo lugar. Porque a los aparatos no hay quien los engañe.

Sé de unos pocos que han tenido que hacer frente a la multa debido a la infracción captada por el incuestionable aparato cuando cruzaban el puente Real. Desconocemos si los sancionados son muchos, pues no se han hecho públicos los datos de cuántos infractores ha habido desde que se instaló el primer cinemómetro. Ni el ayuntamiento ni la policía local los han facilitado de momento. Yo misma estoy segura de que alguna vez me he saltado el límite, por la inercia de atravesar hasta cuatro veces diarias el río y hacerlo a una hora en la que la circulación es muy baja. Pero tampoco me ha comunicado el Organismo Autónomo de Recaudación, del que depende el cobro de las sanciones de tráfico, que haya pisado en exceso el acelerador, así que sigo confiando en que aquella noche que me despisté y dejé de mirar el indicador de velocidad en el salpicadero para mantener la aguja inmóvil, la máquina controladora estuviese de descanso. El radar cumple su misión y los conductores multados carecen de argumentos para quejarse. Si la multa nos llega, somos los únicos culpables.