Recuerdo cuando el alcalde de Biescas dijo en su visita a Badajoz, después de la riada de 1997, que lo que no se hiciera en caliente, antes de que la tragedia dejara de ser noticia, sería más difícil de lograr cuanto más tiempo pasase.

Es cierto que hubo una gran solidaridad, actuaciones decisivas, que la entrega fue total en un principio y que según pasaba el tiempo, la distancia entre los afectados y las administraciones se agrandaba. Siete años después, sigue parte del proceso --las obras de los cauces de los arroyos--, otras partes se han perdido en el camino --conexión del Cerro y la antigua N-V por el Hoyo de Calamón-- y otras colean --las expropiaciones a algunos afectados--. Hace poco, el ayuntamiento avisaba de que cuando se termine el dinero se acaba la adquisición de viviendas. Recientemente hemos visto el temor de los inquilinos de un bloque de la calle Rivillas, a los que la Junta prometió arreglar el edificio y ahora los ignora; o la desesperación de algunos vecinos de la carretera de Sevilla por el precio impuesto a sus casas por el Estado, que acaban de recurrir. Son los flecos indecentes de la riada. La palabra del alcalde de Biescas sonó a verdad, creíble. ¿Por qué será?